Hace unos días he recibido después de varias peripecias un libro sobre el Hermano Victorino. Mi amor hacia los libros es una vieja tradición que hizo que en algún momento me apropiara de unas palabras de Borges para ilustrar mi tesis en la universidad: "Hay quienes no pueden imaginar un mundo sin pájaros; hay quienes no pueden imaginar un mundo sin agua; en lo que a mi se refiere, no puedo imaginar un mundo sin libros". Así que los libros siempre son una grata sorpresa en mi vida.
En esta ocasión, la llegada del ejemplar de Hermano Victorino: itinerario evangélico, obra del Hno. Alfredo Morales (1994), era un libro esperado y anhelado. La llegada del ejemplar traía sobre sus pastas un poco de aventura.
En julio, después de publicar alguna entrada sobre el Hno. Victorino en este blog, un amigo me ofreció un ejemplar de la obra del Hno. Alfredo. En el verano el libro salió de Miami y llegó a San Luis Potosí, México, pero las oficinas del colegio estaban cerradas y lo regresaron a su destinatario. Sabiendo mi amigo y yo lo que había pasado lo volvió a enviar y ahora sí, en la primera quincena de septiembre llegaba finalmente a mis manos después de muchos kilómetros recorridos.
Me lo leí casi de un tirón, lo releí nuevamente en busca de esa huella propia, tratando de entender a este hombre callado, aparentemente insignificante y paradójicamente, transformado en un ciclón que revolucionó a la Cuba del siglo pasado. No se ofenda quien le haya conocido, si le etiqueto con esos adjetivos que no son míos, así me lo describieron a mí, allá por los últimos años del siglo pasado cuando asistía con gran entusiasmo a las convivencias vocacionales en la casa de los Hermanos de La Salle.
Para quienes le conocieron quedaron en ellos grabados muy claramente los principales elementos de su vida:
- Amor por Cuba y los cubanos: No se puede entender su vida y su obra, si no es en Cuba y desde Cuba. Vivió durante medio siglo las luces y sombras, las necesidades y las esperanzas de nuestro pueblo y su historia y en medio de ese torbellino concibió sus más importantes obras.
- Hombre de Dios: Quien entablaba un sencillo diálogo con él, pronto descubría un cierto sabor a Dios en su porte, en sus palabras, en sus gestos. La vida no se improvisa y en el caso del Hermano Victorino, buscaba en medio del diario cotidiano el poder encontrarse a solas con Dios, para hablarle a El de sus alumnos y cuando estaba con sus alumnos y ex - alumnos que se cuentan por generaciones, poder hablarles a ellos de Dios.
- Hombre de Iglesia: Nunca quiso una obra de capillas ni colegios, pensó en cómo los cubanos podían construir su Iglesia inclusiva, sin clases sociales, donde Jesús Resucitado fuese anunciado con total entrega y generosidad. Lo logró, en medio de tantas dificultades aquellas multitudes supieron dar testimonio de la fe vivida.
Me ha tocado conocerle a través del testimonio de aquellos que le conocieron o vivieron con él. Aplaudo a los ex - alumnos que desde Miami han empujado la apertura de su causa de canonización, esperemos que pronto le veamos en los altares, pero mientras tanto me animo a escribir algunas cosillas sobre su persona en este espacio, bajo la sombra de las palmas cubanas.
Manuel Bonet.
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