Nació el 26
de abril de 1878 en Cotija, Michoacán
Falleció
el 6 de junio de 1938 en Jalapa, Veracruz
Beatificado
por Juan Pablo II, en Roma, el 29 de enero de 1995
Canonizado
por Benedicto XVI en Roma el 15 de
octubre de 2006
Lugar de
culto y devoción: Catedral de Xalapa, Veracruz.
Soy de Cotija, tierra de santos y mi
nombre es Rafael. Soy el séptimo hijo de Don Prudencio Guízar González y Doña
Natividad Valencia. En casa se tocaba la guitarra, el acordeón, el piano, la
viola y el violín y entre la chiquillería que llegamos a ser, pues fuimos once
hermanos y hermanas, armábamos
nuestras propias fiestas nada más ver que mi padre agarraba la guitarra entre
sus manos.
Después de la muerte de mi querida madre,
mi padre dispuso que se nos diera una buena educación. Así del salón de la
escuela parroquial pase al colegio de San Estanislao, en este quiso el Señor
que me animara a seguirle en el sacerdocio por lo cual, en 1891 ingresé en el
Seminario Auxiliar de Cotija y en 1896, al Seminario Mayor de Zamora.
Finalmente mis manos fueron consagradas el 1º de junio de 1901 en la Catedral
de Zamora, aquel día al ser ungidas mis manos pude decirle a Aquel que me llamó
desde siempre: “Aquí estoy Señor, toma mi vida, sacerdote para siempre quiero
ser”.
Pertenencias de Mons. Guízar y Valencia |
Desde mi ordenación sacerdotal, me
dediqué a las misiones. Las tierras de Zamora, Michoacán, Colima y Guerrero se
convirtieron en una extensa zona de apostolado concreto para mí. Consciente de
mi pequeñez y que trabajaba para un Señor que a quien tiene cinco talentos se
los puede multiplicar o quitar, disfrutaba en compartir con mi pueblo el nombre
de Jesús bajo las especias de pan y vino, y de enseñarles a querer a su Madre,
María Santísima de Guadalupe, mi madre.
Con la llegada de la revolución y la
persecución religiosa en mi México querido, tuve que ocultarme pues se
perseguía a los padrecitos. Me tizné un poco la cara y salía por las
veredas o las calles empedradas a
vender baratijas o medicina homeopática y así podía acercarme a los enfermos,
para consolarlos, administrarles los sacramentos y asistir a los moribundos.
¿Quién iba a dudar de un médico que vendía un aceite de olivo con olor a
perfume y ungía a los enfermos en los pies, manos, ojos, lengua y nariz? Bien
conocía mi papel de doctor de cuerpo y almas.
Aunque en alguna ocasión estuvieron a
punto de fusilarme, y hasta cuentan que a un pobre europeo con quien me
confundieron, fue fusilado pensando que era yo. Ante estas situaciones y siendo
desterrado por las autoridades
gubernamentales seguí mi labor misionera en otras tierras. Primero
trabaje en Estados Unidos de América, entre mis compatriotas exiliados, luego en
Guatemala y finalmente, Cuba. En La Habana con el permiso del arzobispo Manuel
Arteaga establecí mi residencia, alojándome en la Iglesia de la Merced,
visitando las casas de los obreros portuarios y pescadores, entre negros, mulatos y criollos predicaba el
evangelio y allí recibí la noticia de mi nombramiento como Obispo de Veracruz.
Regresé al año siguiente a mi diócesis
de Veracruz. Se dice que el obispo se desposa con su diócesis y a ella le ha de
permanecer fiel toda su vida. Pues desde que llegué nuevamente a México me
dediqué a conocer y auxiliar a mi querida esposa, la Iglesia de Veracruz y
entre tanta necesidad de Dios que encontré, que me llevé la hermana muerte
antes de renunciar a mi Veracruz.
Al llegar el barco que me trasladaba a
mi tierra natal, llegan noticias de un terrible terremoto que me ha destrozado
media diócesis. Recorrí toda la zona afectada repartiendo lo poco que me
quedaba en los bolsillos y las ayudas generosas que me ofrecían. Junto a los
destrozos, descubrí otra necesidad más grande y duradera. Tenía 64
parroquias con 300 capillas y sólo
60 sacerdotes. ¿Qué hacer? ¿Cómo resolver aquella situación de escasez
sacerdotal?
El seminario, todo comenzó por el
seminario. Recuperé el viejo seminario de Xalapa incautado por el gobierno
desde 1921, me lo volvió a quitar el gobierno. Trasladé el seminario ahora
clandestino, a la Ciudad de México donde permaneció durante quince años en
medio de dificultades y persecuciones. En casas particulares, trabajando en la
ciudad y estudiando a la vez, se pudo conservar mi seminario porque “a un
obispo le puede faltar la mitra, el báculo o la catedral, pero lo que no le
puede faltar es el Seminario”. Buen semillero sacerdotal era este, pues quien
llegaba buscando riquezas y sus propias ambiciones, solo recogía sus cosas y se
volvía a su casa. ¡Bendita persecución que nos dio tan buenos sacerdotes!
Sus reliquias el día de la canonización. |
La persecución religiosa no disminuyó
en México ni un poco mientras fui obispo. De los diecinueve años que fui
obispo, nueve fui un obispo perseguido. Me mataron algún sacerdote a quien
conocía y consideraba un ángel, tuve que mandar cerrar los templos. El
gobernador dio orden de asesinarme, y al palacio de gobernación me dirigí y con
la confianza puesta en quien me había llamado a ser sacerdote y pastor de
Veracruz me le presente, para que llevara a cabo su orden.
Si el grano de trigo no muere, no da
fruto y para la navidad de 1937 mi trigo ya estaba listo para la siega. Todavía
pude seguir misionando de pueblo en pueblo, hasta que el 6 de junio de 1938 me
dormí en mi Señor.
Manuel Bonet