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domingo, 16 de noviembre de 2014

Una mártir de Pozuelo de Alarcón

A las Siervas de María, siempre las he admirado desde aquellas primeras visitas a su capilla de Alcides Pino, en Holguín. Hoy, una de ellas, aunque fuera de paso, fue acogida en La Habana por sus hermanas, tras la revolución mexicana. Ahora, aparece su nombre en medio de estos hombres y mujeres que anunciaron el evangelio en mi Patria. 

Beata Aurelia Arambarri Fuentes.

Nació el 23 de octubre de 1866 en Vitoria, España.
Martirio entre el 6 y el 7 de diciembre de 1936 en Aravaca, España.
Causa: Aurelia y tres compañeras profesas del Instituto de las Siervas de María, Ministras de los Enfermos.
Beatificación: 13 de octubre de 2013 en Tarragona, España, por el Papa Francisco.

Madre Aurelia, la primera arriba. 


 ¡Hola!
Cuando me bautizaron en la pila bautismal de la Parroquia de Nuestra Señora de Vitoria, me llamaron Clementina Francisca. Soy la hija mayor de Juan María  Juana Clementina. Mis padres eran cristianos muy coherentes, así que el mismo día que nací me  llevaron a bautizar. No me pregunten sobre mi infancia y adolescencia, todo fue normal, como normales y ordinarias pueden ser las vidas de las personas que viven cada día en las manos de Dios, sin complicaciones, sin hechos extraordinarios. 

El 23 de octubre de 1886 solicite el ingreso en el Noviciado de las Siervas de María, Ministras de las Enfermas. Me recibió la Madre Soledad Torres Acosta, me escuchó y me dio un abrazo al recibirme como hija suya. Era la fundadora, yo no lo sabía, me pareció una hermana más, santa como ninguna, pero  bajita, bajita eso sí.     
Santa Ma. Soledad Torres Acosta,
fundadora de las Siervas de María. 
Aquella Madre tan querida me dio el Santo Hábito, el 14 de Noviembre de 1886, ese día como era costumbre, me dieron un nombre nueva: Sor Ma. Aurelia. Al terminar el noviciado, emití mis primeros votos como religiosa,  el 18 de diciembre de 1887. Aquel año, se había fundado una casa en San Juan, Puerto Rico. Ante la escasez de personal me enviaron a esta casa aun cuando se exigían cuatro años de profesión para poder ir a alguna de nuestras casas. Quien sabe que verían en mi los superiores para destinarme hasta allá. Desde el inicio me esforcé en dar lo mejor de mí en cada asistencia a domicilio. El enfermo era una extensión de Nuestro Señor crucificado en aquella cama de su casa.   

De Puerto Rico pase a México en 1904. Me nombraban superiora de la casa de Guanajuato. Más tarde fui superiora de las casas de Puebla y Durango. En la casa de Durango (1914)  conocí el exilio, a causa de la Revolución mexicana. Algunas religiosas llegaron a los Estados Unidos, donde la providencia les permitió abrir nuevas casas y otras, nos pudimos detener temporalmente en La Habana, Cuba, hasta que en agosto de 1916 pude regresar a España. Al llegar me nombraron superiora de Mataró hasta 1921, luego la obediencia nuevamente me nombró Hermana Mayor en Alcoy y Barbastro.

En Octubre de 1929, al ser erigida la Provincia de Madrid, me nombraron Consejera Provincial y Superiora de Pozuelo de Alarcón, hasta que en 1934 viéndome imposibilitada por una parálisis progresiva, me trasladaron a la Enfermería de la Casa Madre. Ahora me tocaba a mí, hacerme una con nuestro Divino Enfermo y vivir mi Calvario de cada día.  

Madre Aurelia y sus compañeras mártires, Siervas de María.

Al llegar el verano de 1936, la Superiora General dispuso que las Hermanas ancianas y enfermas de gravedad fuéramos trasladadas a la casa de Pozuelo de Alarcón. Aquella casa fue intervenida por los milicianos que nos obligaron a salir de ella el 21 de noviembre de este año, por lo cual nos vimos obligadas a dejar el hábito religioso.  Imagínense para mí eran cincuenta años de llevarlo, desde que me lo dio nuestra Madre, pero se imponía la prudencia y tuvimos que quitárnoslo. Nos pudimos acoger en casa de la Sra. Beatriz Martín García, Viuda de Llorente.  A pesar de lo que llegábamos a escuchar nunca tuve miedo, al contrario en pleno bombardeo le decía a las Hermanas que me atendían en este domicilio: “Será lo que Dios quiera. El sabe que estamos aquí”.

En aquella casa, estábamos refugiadas sor Agustina (36 años), sor Aurora (86 años), sor Daría (57 años) y yo (70 años). El 1º de enero vimos como sor Agustina tuvo que dejarnos junto a otros refugiados que huyen rumbo a Las Rozas. Caería mártir de Cristo el 5 de diciembre de este año, porque la vieron rezar el rosario.

Nosotras seguimos en aquella casa, bajo el fuego intenso de cañones y bombardeos aéreos, hasta el 6 de diciembre en que se presentaron los milicianos en nuestro refugio. Sor Daría se enfrentó a ellos, al ver los insultos y vejaciones a las que nos sometían al sospechar que éramos religiosas: “Somos, en efecto, religiosas. Pueden hacer lo que quieran de nosotras, pero yo les suplico que a esta familia no les hagan nada, pues, al vernos sin casa y autorizados por el Comité de Pozuelo, nos recibieron en la suya por caridad”.       

Nos condujeron a Aravaca, cerca de la carretera a Madrid, a nosotras nos condujeron a una habitación donde nos dejaron. Al resto como pidió sor Daría le dejaron en libertad como a las 6 de la tarde. Con la llegada de la noche, nos sacaron de la habitación. Bonito espectáculo, aquellos milicianos con sus escopetones escoltándonos, mientras sor Daría y sor Aurora medio me sostenían, porque yo no podía moverme y en la noche del 6 al 7 de diciembre fuimos a gozar nuestra Pascua. Casi las vísperas de nuestra Madre Inmaculada.   
Manuel Bonet

Altar de la beatificación de los mártires del Año de la Fe.
Tarragona, España.