El Concilio Vaticano II fue un don del Espíritu Santo a la
Iglesia. En la segunda sesión del mismo, el 22 de octubre de 1963, el cardenal Leo Josef Suenens,
Arzobispo de Bruselas, habló de los laicos. Se refirió a los dondes de gracia y
carismas otorgados a ellos y luego hizo referencia particular a los carismas
presentes en las mujeres; hizo un
llamado a que se incrementara el número de auditores laicos para incluir
también a mujeres “que constituyen la mitad de la humanidad.
El 8 de septiembre de 1964, Pablo VI comunicaba a un grupo
de religiosas “Hemos dado disposiciones para que también algunas mujeres
calificadas y devotas asistan, como Auditoras, a muchos de los ritos solemnes y
muchas de las congregaciones generales de la próxima Tercera Sesión….
diríamos que a aquellas
Congregaciones donde las cuestiones que se discutan puedan interesar
particularmente a la vida de la mujer". Finalmente participaron en todas el resto de la tercera y cuarta sesión del Concilio, con gran participación en el documento sobre los laicos y la elaboración de la Gaudium et Spes.
El periódico ABC el 17 de noviembre de 1965, publicaba un artículo titulado: UNA CORUÑESA EN EL CONCILIO, del cual publicaré algunos datos que me llamaron la atención ciertamente, sobre todo por el origen cubano de una de las Madres auditoras del Vaticano II.
M. Cristina Estrada, auditora del Vaticano II |
LA MADRE CRISTINA ESTRADA,
AUDITORA EN EL VATICANO II
Fue en septiembre de 1964 cuando las agencias difundieron la
noticia de que Su Santidad el Papa se había dignado dar paso a la mujer en las
tareas del Concilio Vaticano II y nombrar a quince auditoras, procedentes de
nueve naciones; ocho de ellas, religiosas, seglares, las restantes. Y entre
todas, dos españolas: doña Pilar Bellosillo, presidenta de la Unión Mundial de
Organizaciones de Mujeres Católicas, y la madre Estrada, superiora general de
las Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús.
De la meritísima personalidad de
doña Pilar Bellosillo dio cuenta la Prensa madrileña; de la singular figura de
la madre Estrada, nada especial dijeron los periódicos gallegos…
Porque la madre Estrada, es
gallega. De lo que mucho ella se aprecia; como también de ser coruñesa, no
obstante su accidental cuna habanera. Pues la muy reverenda madre Cristina
Estrada Carreras – Presas, que nació en la capital de la Cuba entonces española
el 29 de abril de 1891, fue traída tan sólo cuarenta días después a La Coruña.
En el cristianísimo hogar del
matrimonio formado por Don Félix Catoyra, médico militar, y doña Cristina
Carreras – Presas, primero en la rúa Nueva, después en la plaza de Azcárraga,
más adelante en la calle de Juana de Vega, discurrió su infancia. Su colegio
fue el de las Madres Terciarias, en la calle de Rubine, y, siguiendo las
vicisitudes administrativas del padre, residió también en Segovia y en
Alicante.
ESCLAVA DEL DIVINO CORAZÓN
Llamada por Dios a ser su sierva
fidelísima, siendo joven de veintitrés años ingresó en el Instituto de las RR.
MM. Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús, en Gandía, donde, al cabo de los
años, el 8 de septiembre de 1916 (pronto, sus “Bodas de Oro”) hizo la profesión
temporal.
Quede la trayectoria de su
vocación, y su fecundo servicio al Corazón Divino escuetamente señalada por
estos cargos y estas fechas: prefecta del Colegio de Cádiz, superiora del
Colegio de Barcelona, provincial de la provincia de Barcelona, instructora de
tercera probación en la Casa Generalicia de Roma (1930). Y el 9 de mayo de
1932, a los cuarenta y un años de edad, el alto designio de superiora general
del Instituto. Desde entonces, por añadidura, presidenta de la Unión de
Superioras Mayores de Italia y, a continuación, presidenta de la Federación
Italiana de Religiosas Educadoras. Un trienio en cada cargo. Y en 1964, la
enaltecedora exaltación pontificia: Auditora del Concilio Vaticano II entre
sólo quince mujeres de toda la cristiandad.
Y de 1914 a 1965, un colmado y fecundo
medio siglo de apostolado y magisterio, a lo largo del cual no dejó de realizar
algunas visitas a La Coruña: las últimas, en 1939 y en 1957, siendo ya madre
general del Instituto.
Y en su pueblo apenas si la
familia lo sabía.
LA MADRE CONCILIAR
De la madre Estrada escribió, no
hace mucho, privadamente, persona de la familia: “Es de mediana estatura, muy
activa e incansable; sencilla, dulce y, sobre todo, muy humilde. A pesar de las
muchas ocupaciones de su cargo, escribe con frecuencia a su familia y la
recuerda constantemente”.
Y en los primeros días de su
dignidad conciliar, una madre de la misma Casa Generalicia, en Roma, notificó a
la hermana residente en La Coruña.
“Le voy a contar su “plan” de
cada día. Oye con nosotras, en casa, la misa de comunidad, pero sin comulgar en
ella; pues lo hace luego en la misa conciliar. Toma algo líquido, calientito,
después hace una adoración y … allá se va para San pedro. La acompañan dos
madres, y, al terminar, la van a buscar otras dos, honor muy disputado y
apetecido. Lleva en una cajita diminuta unos “bocaditos” para engañar el
estómago, pues la mañana se le haría muy larga, y, a pesar de este alivio, que
apenas se puede llamar así, llega con cara lánguida y cansada, pero feliz ella
y nosotras.”
Y por iguales días, la propia
madre Estrada, en carta manuscrita a su hermana confió:
“Es verdaderamente impresionante
estar en la basílica de San pedro con tantos cardenales y obispos; yo me siento
allí como una hormiga, pero con mucha devoción y amor a la Santa Iglesia.
¡Pobres los que no la conocen! Hemos de pedir por ellos.”
Manuel Bonet
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