San José en los Evangelios.
La referencia principal de Marcos (6,3), sobre San José es al identificarlo como un "tekton". La palabra significa en particular que
era carpintero o albañil. San Justino lo confirma, y la tradición ha aceptado
esta interpretación.
Mateo, a quien me he empeñado en llamar “el pintor de san José”, en los
capítulos primeros de su evangelio nos da su mejor retrato. Como bocetos de una
obra mayor en su prólogo nos recuerda: su genealogía (Mt 1, 2 – 17), sus cualidades y apuros (Mt
1, 18 – 26), la adoración de los magos (Mt 2, 1 – 12), la huida a Egipto (Mt 2,
13 – 18) y el regreso a Nazaret (Mt 2, 19 – 23). No es poco lo que nos narra
este evangelista sobre José.
Lucas, el médico
escritor y amigo fiel de Pablo (Cfr. 2 Co 8, 18; Col 4, 14; 2 Tim 4, 11; Hch
16) si bien nos deja una hermosa imagen de María, conducida por el Espíritu
Santo; san José es uno más, a quien en ocasiones se le intuye más que se le ve
en los evangelios de infancia en
total ausencia de palabras.
El cuarto evangelio
no ofrece muchas alusiones sobre san José, aunque sí resalta su paternidad sobre Jesús: “Hemos
hallado a Aquel de quien se habla en la ley de Moisés y en los profetas. Es
Jesús, el hijo de José de Nazaret” (Jn 1, 45).
Quiero cerrar estas líneas con unas
palabras de Juan Pablo II que me parecen como un compendio de esta presencia y
ausencia de san José en los evangelios: “Con pocos rasgos, pero
significativos, lo describen los evangelistas como solicito custodio de Jesús,
esposo atento y fiel, que ejerce la autoridad familiar con una constante
actitud de servicio. La Sagrada Escritura no nos dice nada más de él, pero este
silencio refleja el estilo mismo de su misión: una existencia vivida en la
sencillez de la vida ordinaria, pero con una fe cierta en la Providencia”[1].
[1] Juan
Pablo II, Audiencia del miércoles 19 de marzo de 2003. P. 12, en L’
Osservatore Romano. No 152, 21 de marzo de 2003.
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