Durante la primera catequesis
cristiana, su mensaje se centró en el anuncio del kerigma: pasión, muerte y
resurrección del Señor (Hch 2, 22 – 24; 3, 13 – 16; 4, 10; 5, 30 – 32); sin
embargo, en el evangelio pre – pascual, se presentó a José como trasmisor de la
ascendencia davídica, como padre de Jesús, como esposo de María y finalmente
como silencio fecundo en la plenitud de los tiempos. No se necesitaba escuchar
a José hablar, se necesitaba entender aquellos verbos hechos movimiento: tomó, le puso, levántate, huye, se
quedó allí,…
Para los cristianos que no
conocieron a Jesús surgió la necesidad de conocer más de cerca el evangelio de
la infancia o de la vida oculta en Nazaret, y de esta inquietud surgieron los
“evangelios apócrifos”. Sin quererlo, la reflexión cristiana partía de la
realidad histórica y pascual para detenerse en la fantasía religiosa pre –
pascual o pascual. Se intentaba expresar la pre – historia familiar de Jesús
hasta sus abuelos (no estaban claros los datos familiares en las genealogías:
Mt 1, 2 – 16; Lc 3, 23 – 28); la presencia de María durante su infancia en el Templo de Jerusalén; su boda,
acompañada de lo maravilloso; acompañantes y episodios en el camino hacia Belén
o hacia Egipto; la vida familiar en Nazaret, la muerte de san José.
Estos años resultan difíciles
para la reflexión cristiana, que tendría que luchar para que los modernismos o
la antigüedad de ideas, filosofías y preconceptos culturales, no se mezclaran
con la simplicidad de la buena noticia anunciada por Jesús.