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lunes, 5 de enero de 2015

María Antonia, tú cruzarás los mares...

A las claretianas las conocí en 2005 probablemente, en su casa de formación en La Habana, trabajamos en la pastoral en Cuba y nos apoyábamos, a través de ellas conocí a Madre Antonia París i Riera. 


Nació: 28 de junio de 1813
Murió el 17 de enero de 1885.

S. Juan Pablo II la declaró venerable el 23 de diciembre de 1993.


Cuando los franceses invadieron Cataluña, mi madre, Teresa Riera huyó a tierras de Vallmoll. Me llevaba en su vientre y en sus brazos a mi hermana Teresa, de tres años de edad. Mi padre, Francisco París había fallecido hacia dos meses escasos.  En medio de tanta desolación, el Señor salió a mi encuentro.

Me bautizaron el 29 de junio, un día después de mi nacimiento. Era la fiesta de San Pedro y San Pablo,  a ellos debo mi deseo de ser iglesia, de hacer iglesia. Me habría gustado cantarles:  “San Pedro y San Pablo, unidos/ por un martirio de amor, /en la fe comprometidos, /llevadnos hasta el Señor”; pero en mi pequeñez todavía no era la hora de las poesías.

En una misión franciscana del monasterio de Escornalbou en Tarragona, escuche dentró de mi, la invitación del Señor a seguirle.  Tendría entonces catorce años y me esperaría aún catorce años más para poder responder a aquella llamada. Eran malos tiempos para pensar en la vida religiosa, pues las leyes prohibían la apertura de los noviciados.

Finalmente en 1841 ingresé como interna en la comunidad de la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora de Tarragona.  Durante diez años me dediqué a la enseñanza de la encajería, asimilando en mi vida el espíritu de Juana de Lestonnac, nuestra fundadora.  Sin embargo, el primer año de vida religiosa, Jesús se manifestó ante mí invitándome a  fundar una Orden nueva.  Aquel encuentro me dejo algo desconcertada pues apenas podía profesar como religiosa y el Señor me quería como fundadora.

S. Antonio María Claret

En 1850 tras la visita de la Reina a nuestro convento de Tarragona, se nos permitió como excepción especial el poder iniciar nuestro noviciado.  Mientras mis compañeras se entusiasmaban en la preparación de los hábitos que usarían, yo vivía la angustia de no saber si el Señor me quería en aquella casa religiosa.  Animada por mis directores espirituales, ingresé al noviciado y tomé el nombre de sor Ma. Antonia de San Pedro.

Algún tiempo después deje el noviciado y pude encontrarme con el P. Antonio María Claret, a quien pronto nombraron arzobispo de Santiago de Cuba. Mientras tanto, en Tarragona coincidimos algunas mujeres que hacíamos vida en común, orábamos y compartíamos lo poco que ganábamos.

Claret nos invitó a fundar en su arquidiócesis y el 15 de agosto de 1851 hicimos voto de no separarnos, cruzar el océano si era la voluntad de Dios y obedecer en todo a nuestros superiores.

Nos embarcamos para Cuba el 22 de febrero de 1852, el mar era nuestro claustro pues ni hábito portábamos. En Santiago de Cuba abrimos nuestro colegio para niñas blancas y negras, pero hasta en aquel gesto tan simple fuimos cuestionadas, pues las leyes que regían en aquella tierra no permitían que ambas razas coexistieran.  Las fiebres acosaban a la joven comunidad y a los tres meses de nuestra llegada, falleció la hermana Florentina.

Sobre su cimiente surgió nuestra pequeña comunidad religiosa.  El 25 de agosto de 1855 por mediación de Mons. Claret escribimos a S. S. Pío IX para pedirle nos bendijera y su aprobación. Firmábamos con el nombre de Instituto Apostólico de la Inmaculada Concepción de María, aunque el pueblo nos llamaba “las monjas de la enseñanza”.

Habitación de Madre Antonia en Reus. 

En nuestra casa de Santiago de Cuba, acogimos como medio de reforma a las niñas que serían las futuras mujeres. Buscamos que entre nuestras aulas y los hogares de las niñas, hubiese una estrecha relación,  y que lo aprendido en la escuela fuera eficaz en el hogar pues “se enseñará a las jóvenes a trabajar toda clase de labores, a leer y escribir, cuentas y gramática y todo aquello que requiere la buena educación de una doncella que ha de llevar adelante su  familia".

En 1859, Mons. Claret que había vuelto a España como confesor de la Reina Isabel II, me pide que vuelva a mi tierra y funde una nueva comunidad según el estilo iniciado en Santiago de  Cuba.  Nuestra segunda casa fue fundada en Tremp, en la diócesis de Seo de Urgel.

Aquellas notas mías sobre la Reforma de la Iglesia fueron presentadas al Santo Padre, Pío IX, con las firmas del P. Curríus, de Mons. Claret y Mons. Caixal. El Santo Padre las desestimo, y yo le resté toda importancia a esos borrones míos. Si Roma decía que no eran viables para la reforma de la iglesia, porque yo me iba a obstinar en que así fuera.

En 1867 pude fundar una nueva comunidad en Reus, ahora con el nombre de María Inmaculada de la Enseñanza.  A esta le siguieron las fundaciones de Carcaixent que en 1936 nos daría la primer religiosa mártir, Vélez – Rubio, Baracoa en Cuba.  De Reus me llamaron las autoridades para que devolviera la paz al convento, al colegio y a la ciudad que estaba toda escandalizada con dos religiosas que se habían salido del instituto.  Resuelto todo y vuelta la paz, quien se sumió en la más terrible noche oscura fue mi alma.  Un período largo y desesperante, en que mi alma se sentía abandonada por Dios.  

Sepulcro de M. Antonia Paría en el convento de Reus.


Confiando en la misericordia de Dios, con las manos vacías, esperaba que llegase para mi el tiempo de Dios. Cuando menos lo esperaba, Aquel que es luz de luz vino a alumbrar toda oscuridad para mí el 17 de enero de 1885.  
Manuel Bonet