Entre mis conocidos en mi espacio de facebook, se encuentra la pintora
Beatriz Barrientos Bueno, autora del
cuadro del B. fray Tirso de Jesús María Sánchez Sancho que adorna una de las
paredes laterales del Carmelo Descalzo de Toledo (116 x 89 cm) a petición de un
sobrino carmelita descalzo del mártir.
Hablando a través del chatel 28 de octubre de este año, me comentaba la autora
las dificultades que atravesó para poder reconstruir su rostro a partir de una fotografía
en blanco y negro anterior a la persecución y poder integrar el entorno
conventual en los colores propios.
La pintura dando los últimos detalles de su obra. |
Beato fray Tirso de Jesús María Sánchez Sancho
Nació: 19 de abril de 1899 en Valdecarros, Salamanca.
Martirio: 7 de septiembre de 1936 en Toledo.
Causa: Eusebio del Niño Jesús y compañeros carmelitas descalzos mártires de Toledo
Beatificación: 28 de octubre de 2007 por Benedicto XVI.
Me llamo Gregorio, Goyo, el hermano mayor de Baltasar y desde pequeño me
han gustado los libros. No recuerdo si alguna vez, nuestros padres nos hubieran
hecho una foto vestidos de charro, a la usanza: con botas y sombreros, pero a
mí me habría gustado, si me hubieran preguntado que me la hicieran rodeado de libros,
pero no creo que hubiera una foto.
Me enviaron a mi Medina a estudiar en el Colegio
teresiano y escribí mis primeros
intentos literarios en las revistas escolares “El Nubarrón” y en “La Nubecilla”.
Espero que no los encuentren puesto que no tienen mucho valor literario, pero
eran mis primeros borradores. Cuando ingresé
en el colegio, me encontré una imagen de Santa Teresa de Jesús, escribiendo y
mi deseo de conocimientos me empujó a conocer la doctrina que se describía en
ese libro, allí surgió un deseo de ser para el Señor, así que en junio de 1915,
al terminar el curso, salí para el noviciado de Segovia.
Segovia,
sería mi cuna carmelita, al amparo de san Juan de la Cruz. El 30 de junio de
ese 1915 tomé el hábito carmelita y deje de ser Goyo para convertirme en fray Tirso
de Jesús María. Un año más tarde firmaría el acta de profesión el 2 de julio
Rostro del mártir. Detalle. |
Luego luego
empezó la preparación al sacerdocio: la filosofía la estudié en nuestro Carmelo
de Ávila (1917 – 1920) y la teología en Toledo (1920 – 1923), en los ratos que
la vida conventual lo permitía, alguna poesía escribía. El 22 de diciembre de 1923 fui ordenado sacerdote en la iglesia del
Seminario conciliar de Segovia. El 26 podía celebrar mi primera misa en el Valdecarros
que me había visto jugar y crecer.
Gracias a la concesión de Isabel II, por sus decretos de 7 de mayo y de 3
de agosto de 1868, para que pudiera restablecerse la vida carmelitana en
España. En la Real Orden se concedía llevar a cabo “la instalación de un
Colegio de Misioneros de su Orden, con destino a la Isla de Cuba”. Desde 1880,
nuestra orden veía partir hacia Cuba a los frailes que llamábamos Misioneros para Ultramar. Hacia allá habían partido los PP. Pedro de los
Sagrados Corazones y Eusebio del Niño Jesús, con quienes compartiría luego la
vida carmelitana.
En febrero de 1924 desembarcaba en La Habana, con indicaciones de permanecer
en la parroquia del Carmen y allí permanecí hasta finales de 1927. En ese
año me destinaron al Carmen de Ciego de
Ávila que se encontraba en la parroquia de San Eugenio como: director del Apostolado de la Oración,
predicador de los sermones de más compromiso: nuestra Señora de la Caridad,
Patrona de Cuba, sermón de la Soledad el Viernes Santo, etc. Además del trabajo
de bautizos, catequesis, bodas en la parroquia de San Eugenio de Ciego y por
los diversos poblados, me convertí en un asiduo colaborador de la revista “Vida
parroquial”. En 46 números de dicha revista publiqué 6 artículos en prosa y 34
composiciones poéticas.
Nuevamente la obediencia me hizo cambiar de aires, ahora rumbo a
Matanzas en marzo de 1929. En esta
ciudad me nombraron el sinsonte del
Carmelo, pájaro cantor de América. De Matanzas me destinaron a Sancti Spiritus.
En 1933 hubo cambio de Superiores en España y se me pidió regresar a España.
Mano derecha del mártir. Detalle. |
En septiembre de 1933 me encontraba en España, por lo cual me destinaron
a la Comunidad de Toledo. Tras los muros de nuestro convento pude escribir con
mayor facilidad poesías, artículos y colaborar en la revista “El Mensajero de
Santa Teresa”. Predicaba en Toledo, Madrid,
Talavera, Salamanca, el canto del sinsonte se escuchaba ahora en Europa.
Julio de 1936 me sorprendió en el Templo de Santa Teresa, de la Plaza de
España, en Madrid. Me habían solicitado para
predicar la novena de la Virgen Santísima del Carmen. Al termino de la novena,
me dirigí a Toledo, el P. Eusebio del Niño Jesús, previendo lo peor, me había
enviado las señas del domicilio de la Sra. Antonia Martín y Carmen, en el no. 6 de las calle de las
Bulas. En la tarde del 19 de julio pude llegar a Toledo. Las calles cercanas al
Carmelo se habían manchado con la sangre martirial de mi comunidad conventual. Conociendo
los hechos de su martirio, al día siguiente pude acercarme al convento, al no
poder rescatar nada, regresé al refugio que previsoramente se me había
reservado donde permanecí hasta el 24 de agosto.
Estampa de la beatificación. |
“El convento todo quemado. Hundido y saqueado, de la sacristía nada; de
la biblioteca, menos, todo perdido, ni ropas de la celdas, pues fueron quemadas
o saqueadas. Sólo han quedado en pie las celdas del P. Pedro y hermanos Daniel
y Clemente, y en ellas todo por el suelo, sin nada que pueda servir...Cuando
llegué al convento no pude menos de llorar de ver tanta desolación, en la
iglesia no había nada, todo por el suelo y destrozado” (Carta de fray Felipe de
Niño Jesús, 19 de noviembre de 1936).
El 24 de agosto, los milicianos se presentaron en la casa para hacer
un registro, me ofrecí a abrir la puerta, pero antes de hacerlo recé de
rodillas ante una imagen de la Virgen del Carmen, que se hallaba cerca de la
puerta. Al abrirse la puerta, un miliciano se le encaró:
- Usted tendrá toda su documentación arreglada, ¿verdad?
- No la tengo y he perdido la cédula. Hace muy poco tiempo que
estoy en España. – fue mi respuesta.
Eso basto para que me llevaran a declarar. Cansado y exhasuto psicológicamente
después del primer interrogatorio me liberaron y pude llegar a la casa de Sra.
Antonia a quien le pedí un poco de tila. Antes de que me diera el vaso,
los milicianos volvieron a por mí, ahora de manera definitiva. Fueron tres días de traslados e interrogatorios en los que querían
hacerme declarar culpable del levantamiento militar. Finalmente el 27 de agosto
pude ingresar en la Prisión Provincial, para proceder a un juicio formal. Se me declaró
prisión incondicional el 3 de septiembre.
Inicialmente, declaré que era un viajante de comercio, siguiendo el
ritmo del interrogatorio pero finalmente declaró:
-Yo, señor, no soy viajante de comercio. Soy religioso carmelita.
El Juez sorprendido por el giro que ha tomado el
interrogatorio, me pregunta por qué he
dado una profesión falsa. Le sonrío y le contesto:
-Yo no dije, sino que asentí a lo que usted decía.
El Juez no encuentra delito alguno y da por concluido el
interrogatorio y que no hay evidencia de mi participación en ningún hecho
armado, pero el Tribunal Popular expide cédula de notificación y citación,
señalando “el día 6 de los corrientes [septiembre 1936] y hora de las
nueve de la mañana para dar comienzo a las sesiones del juicio oral en la Causa
número 1 del Juzgado especial de esta capital, contra Gregorio Sánchez Sancho,
por rebelión militar”. El juicio se celebra en el Salón de Concilios del
Arzobispado de Toledo.
El juicio apañado da inicio el 6 de septiembre, dándose un fallo
falso que me condena a la pena de muerte. Me defiendo de las acusaciones y trato de
limpiar la memoria de mis hermanos mártires, pero en ningún momento pierdo la
serenidad de saber que soy condenado por ser religioso.
Carta de despedida del mártir. Detalle. |
Terminado el juicio me llevan a la cárcel provincial y se me permite escribir una carta de despedida
a mis padres:
Sr. Don Juan Sánchez, Valdecarros (Salamanca).
Amadísimos padres, hermanos, sobrinos y demás familia: Por conducto del
Sr. Director de la cárcel, deseo llegue a su poder la presente con todos mis
últimos documentos.
Como verán por ellos, no he cometido delito ninguno. Un tribunal de
guerra me condena a la pena de muerte. Son cosas de la guerra. ¡Cúmplase la
voluntad de Dios! ¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea! A todos les tengo
presentes y les abrazo a todos con el deseo de que sean muy felices en esta y
en la otra vida. Sean todos muy buenos. Perdonen y bendigan y amen a todos,
como yo les amo y perdono y bendigo. No se ocupen de mí más que para rezar por
mí.
Adiós. Les bendice y abraza: Grego Sánchez. Toledo, 6. IX. I936.
El 7 de septiembre, vísperas de la Virgen de la Caridad del Cobre
me sacan de la Carcel Provincial, me dicen que me trasladan a Ocaña, pero los
cipreses del cementerio de Toledo les delatan .
Nos
bajamos junto a las tapias del cementerio.
Los soldados, los guardias de asalto y los milicianos echan suertes, para
designar a los que que han de fusilarme. Recuerdo el relato de la passio de Nuestro
Señor: ellos, también echaron suerte. Un
momento más y estaré junto a mis hermanos mártires frente al Cordero
degollado. Puedo besar un crucifijo
todavía y expresarles mi perdón y mi alegría. Me vendan los ojos, todavía unas
palabras más de agradecimiento para estos que no saben expresar el regalo que
me ofrecen.
Después de la descarga, caigo sobre el suelo, pero aún no ha llegado mi
hora, permanezco allí en plena agonía. Se avisa a los milicianos, al capitán médico
que certifica que aún estoy con vida aunque da orden de trasladarme a algún
hospital, los milicianos me disparan nuevamente.
Ahora sí, cae sobre mi despojos mortales, la palma carmelita del
martirio.
Los restos martiriales de los carmelitas descalzos de Toledo descansan bajo el altar de su iglesia. |
Días después el Gobierno decidirá mi inocencia y dará mi indulto.
Manuel Bonet.
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