domingo, 8 de marzo de 2015

La caridad debe reinar

Hoy se celebran 140 años de la presencia de las Siervas de María en Cuba, y no he querido perder la oportunidad de recordar este aniversario porque pertenece a nuestra historia. Probablemente ellas no pondrán la nota en la prensa y será una celebración en su capilla, en medio de sus actividades diarias, pero no podía callar este aniversario.



El martes 16 de febrero de 1875, el periódico La época publicaba una pequeña nota:

  Con el Señor Conde de Valmaseda van a Ultramar el señor obispo de Puerto Rico, su provisor don Pablo Buitrago, secretario Díaz Caneja y fiscal eclesiástico D. Eugenio Lorenzo. Van también el señor vicario sede vacante de Cuba, D. José Orberá, con su capellán el joven D. Juan Navarro y Ojeda, que acaba de licenciarse en Toledo, y además ocho Siervas de María con su superiora la conocida madre Victoria, que van a prestar sus servicios de su ministerio para con los enfermos en Santiago de Cuba, donde se proponen hacer una nueva fundación”.     

Santa Soledad Torres Acosta
Fundadora

Aquella mañana en el muelle, Madre Soledad Torres Acosta, agitaba su pañuelo en señal de despedida por sus religiosas que marchaban a Santiago de Cuba, muy cerca de ella, el P. Angel Barra le acompaña. Era un viaje sin retorno y para la pequeña Fundadora, entre las lágrimas y los abrazos de despedida hubo unas últimas palabras de esperanza: 

- "Adiós, hijas mías, hasta la eternidad". 

El 17 de febrero el vapor Santander en que marchaban, tuvo una breve estancia y más tarde en pleno océano, unos días de tempestad y de susto, en que los mismos marinos daban ya sus vidas por terminadas. Mientras las religiosas hacían vida de convento en sus camarotes, mareadas todas, con excepción de Sor María Caridad Vieites que pude atenderlas. 

- ¿Quiénes son estas monjas que van a Santiago de Cuba? - pregunta un marinero.

- Son las Siervas de María- le contesta otro que intenta organizar las vituallas. 

Son las Siervas de María, Ministras de los enfermos que respondiendo al deseo de Mons. Obrera, gobernador eclesiástico de esta ciudad les ha pedido que vayan a cuidar a los enfermos allende el mar. Son  Madre María Victoria Bugía, que viene como superiora, Sor María Visitación Yagüe, primera Consiliaria y Económa; Sor María de la Piedad Santa Olalla, segunda Consiliaria; Sor María del Rosario Carvajal, tercera Consiliaria, Sor Expectación Alonso, secretaria; y con el cargo de Maestra de novicias, Sor María de Santa Filomena García;  Sor María Caridad Vieites, y Sor María del Sacramento.

Mons. Orberá y Carreón,
gobernador eclesiástico de Santiago de Cuba y obispo de Almería


El miércoles 3 de marzo llegaron a Puerto Rico y se trasladaron a San Juan para asistir a la toma de posesión de Mons. Juan Antonio Puig y Montserrat, O. F. M., que en altamar quiso una fundación en su diócesis.  Se hospedaron con las Hijas de la Caridad que les atendieron con gran caridad. 

El lunes 8 de marzo llegaron al puerto de Santiago de Cuba, eran como las seis de la tarde. Nunca se le había dado tal recibimiento a una religiosa en aquellos puertos. Aquella primera noche se hospedaron en la casa de la Sra. Rosario Navarrete. No imagino las plegarias de aquellas mujeres aquella noche ya en tierra firme. Cansadas pero ansiosas por estrenar su vida al pie de la cruz en aquellos parajes. Mucho habrían de sufrir, pero la semilla estaba echada. 

Templo de los Desamparados y casa de las Siervas de María
Santiago de Cuba


El miércoles 10 de marzo fueron conducidas a su casa, al amparo de la Virgen de los Desamparados que velaba en aquella capilla. Había una escuela para niñas pobres de las que se tuvieron que deshacer temporalmente porque no había lugar. 

Se abrirían otras casas a lo largo de la isla en el primer periodo de 1875 a 1900, más tarde se viviría el cierre violento de la mayoría de las casas, solo quedó la casa de La Habana. Fueron años de silencio y de pronto, las Siervas volvieron a Camagüey, Matanzas, Cienfuegos y Holguín reclamó su presencia, para compartir la pobreza del pueblo, como expresaba su primer obispo, Mons. Héctor Peña. 

Hoy celebramos 140 años de su presencia en Cuba. Tierra de aventuras y contratiempos, de lucha y tenacidad, de hostilidades y amistades duraderas. Tierra de María que les supo acoger en todo momento durante estos 140 años. 

Visita de las Siervas de María a Santiago de Cuba
Que la alegría de Madre Soledad Torres Acosta al enviar a sus hijas a tierras de Ultramar, llene el corazón de sus hijas nuevamente al aventurarse cada noche al asistir a los enfermos.
Que la prudencia de M. Victoria Bugía, primera superiora en ultramar resuene en las nuevas superioras de las Américas.
Que la sabiduría de Sor María Visitación Yagüe, ecónoma, les permita alcanzar el cielo con los libros llenos de páginas de caridad.
Que la mansedumbre de Sor María de la Piedad Santa Olalla, sea el retrato de cada Sierva de María.
Que los acertados consejos se renueven en cada palabra de las Siervas a ejemplo de Sor María del Rosario Carvajal. 
Que la inteligencia de Sor Expectación Alonso como secretaria se renueve en las comunidades y que el amor sea la primera y última palabra de los archivos. 
Que las maestras de novicias y formandas vivan en el gozo y la esperanza que albergó Sor María de Santa Filomena García, primera maestra de novicia de ultramar cuando las hubiera.
Que la fortaleza de Sor María Caridad Vieites al reanudar las obras escolares y no soltar la portezuela del coche que las empujo al vacío sea común virtud en todas las Siervas. 
Que la piedad de Sor María del Sacramento sea como campana que repica en la cama de cada enfermo asistido, Dios es amor hermano, Dios es amor hermana.
Alégrense porque a través de 140 años la caridad ha reinado en los corazones de las Siervas de María en Cuba.

Manuel Bonet Ochoa 

sábado, 28 de febrero de 2015

Una mujer testigo del amor de Dios

M. Isabel Larrañaga y Ramírez, fue una mujer que se paseó entre puertos, ciudades y cortes, en busca de Dios.  A Cuba llegó arrastrada por su madre, en busca de un partido para su hija. Sin embargo, su "nena" ya había encontrado partido: Dios. 

Dios y ella vivirían una apasionante aventura que le llevaría a relacionarse con mujeres como Santa Vicenta María López Vicuña, a la duquesa de Jorbalán, a la Madre Antonia de la Misericordia, mujeres con vocación de buen samaritana que fueron en busca de la mujer rota y echada en la cuneta. Mujeres enamoradas de Dios como nuestra Isabel. 



Nació: 19 de noviembre de 1836, Manila, Filipinas.

Falleció: 17 de enero de 1899, La Habana, Cuba.

Venerable: 26 de marzo de 1999, por S. Juan Pablo II.

Me llamó Isabel, que podríamos traducir como casa de Dios y ya verán como pude llevar a muchas niñas y niños a la casa de Dios.

Mis padres fueron Don Juan Andrés María de Larrañaga Lasarte, oficial del Ejército español. Mi papá  se enroló muy joven en el ejército, por lo cual participó en las guerras de independencia de los países de América del Sur (1820).  En plena campaña conoció a mi mamá, Doña Isabel Ramírez Patiño, peruana y limeña.  Enamorado de sus ojos, en 1824 contrajeron matrimonio en la ciudad de Huancayo (Perú). Del Perú se trasladaron a España durante algún tiempo.  Finalmente el llamado de las armas trasladó a papá hacia Filipinas. Con él se trasladó toda la familia.  El 19 de noviembre de 1836 en Manila, nací yo: Isabel Larrañaga y Ramírez. Con lo cual llegábamos a diez los hijos de este bonito matrimonio.

En 1838 fallece mi papá en Manila, por lo cual mi madre vendió los muebles, embarcó lo más personal y vendió la casa. Regresamos a  España. Aun cuando solo tenía dos años, recuerdo el mar y el largo viaje en barco.  Era 1839.

Mi madre se estableció en Madrid, pero de vez en cuando, viajábamos a Lima, Perú en 1855. De mi familia tan numerosa tras la muerte de papá, solo quedamos Francisco Adrián y yo.  Mi madre que me llamaba mi “nena” se empeñaría en ofrecerme una cultura privilegiada: música, pintura, idiomas: francés, inglés e italiano. 

En Lima me establecí como profesora en varios colegios debido a mis amplios conocimientos. Mi madre no veía con buenos ojos aquellos esfuerzos escolares. Sufría al verme enredada en la catequesis de niños y jóvenes, visitando en los hospitales a enfermos y moribundos, asistiéndoles o ayudándoles a bien morir.

Con la finalidad de cortar con aquellas beaterías, realizamos un largo viaje. Partimos de Lima y después de rodear casi toda América del Sur desembarcamos en La Habana.  Por Providencia de Dios conocí a Mons. Santander y Frutos, obispo de esta ciudad con quien establecería una grata amistad. Aquel viaje me hizo conocer a Roma como una peregrina más, además de poder conocer Málaga, Sevilla y Madrid, donde nos instalaríamos de manera definitiva.

En Madrid conocí a la Señorita Vicenta María López Vicuña, con quien compartí una grata amistad y visitas a hospitales tras las chicas que se desempeñaban en tareas domésticas.  Probablemente movida por su ejemplo, quise ingresar en la Orden de la Visitación de Santa María, pero allí no encontré mi vocación.

En 1877 pude regresar a Roma como parte de la peregrinación teresiana organizada por Enrique de Ossó. En la audiencia del 15 de octubre solicité a Pío IX la  bendición para poder iniciar una obra apostólica que deseaba fundar.  Calumniada y despreciada por aquella corte madrilense, me dediqué totalmente a mi proyecto: una vida sellada por la experiencia de Dios y entregada al servicio escolar.

Madre Isabel, con el primer hábito religioso.


El 2 de febrero de 1977 surgió la Pía Asociación  de Señoras Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Nuestro primer colegio con el apoyo de Mons. Sancha y Hervás, nació en Leganés.  Luego fueron surgiendo con muchos sacrificios Torrijos (Toledo), Santa Susana (Madrid), de donde saldrían mis hijas hacia el martirio; Fuensalida (Toledo); Pínar del Río (Cuba) de donde nos llamó el obispo Santander y Frutos; Villaverde Alto. Entre tanto trabajo pude entrevistarme con León XIII que bendijo a mis hijas, los colegios y a las niñas que en ellos se educaban.

En 1894 regrese  a Cuba donde se había instalado un pequeño equipo “azul”, pues nuestro hábito era de este color. Me contaban maravillas, que al llegar había una epidemia de fiebre amarilla y que sin temor al contagio, asistieron con valor a los enfermos; que en plena guerra habían compartido el hambre y la suerte con el pueblo. Al regreso a España pude ver una comunidad establecida y bendecida por Dios. 

Cuatro años más tarde, llegué a La Habana, ahora para establecer un noviciado en el Colegio “Nuestra Señora del Pilar, en Pínar del Río.  Mons. Santander y Frutos quería a toda costa un colegio corazonista en La Habana, así que solicité voluntarias para una nueva obra. Abrimos el Colegio Sagrado Corazón de Jesús en esta ciudad. Compartíamos las clases con la asistencia a heridos y enfermos en los hospitales “Alfonso XIII” y “San Ambrosio”, además de atender un comedor popular para atender a los reconcentrados.


En La Habana,  en pleno apostolado, fui sorprendida por Aquel que me había invitado a seguirle. Era el 17 de enero de 1899. 

"Hijas mías tened siempre presente lo que os digo: Al Corazón de Jesús amadle mucho y por El sufrid a ciegas. A María tenedla siempre como buena Madre. Os quiero a todas metidas en su Corazón. Ponedla siempre al alcance de los niños para que conociéndola y amándola, la imiten. Aprendan a vivir siempre delante de Dios, con los pies en el suelo y los ojos en el cielo y de las cosas que se han de acabar, no hagas caso. Vosotras sed siempre, siempre muy humildes, como las violetas que se conocen sólo por su perfume. Pedid todos los días la perseverancia para ser fieles al Señor. Les digo por última vez, hermanas: Dad gracias a Dios por vuestra vocación y permaneced firmes en ellas"



En 1961 con la revolución castrista y la expulsión de las religiosas del país, mis hijas pudieron traer con ellas mis restos, los cuales reposan desde entonces, en la capilla del Colegio de Villaverde Alto, en Madrid.

Manuel Bonet

lunes, 16 de febrero de 2015

Hermano Victorino: me quedo con Dios

Hemos caminado los últimos meses de la mano del siervo de Dios Hermano Victorino, maestro de muchos y amigo de miles. Hoy quiero hablarles de su Profesión Perpetua como Hermano Lasallista. 

Le hemos visto avanzar tras su deseo de ser Hermano Lasallista. Desde sus años de escolar en el internado había soñado con Cuba y cuando llegó el momento de decidir si marchaba al noviciado para convertirse en un hombre interior según el modelo propuesto por Juan de La Salle, su respuesta fue unánime: me quedo con Dios.

Cuando termino el noviciado pudo irse a su casa, pues no tenía la edad canónica para emitir sus votos y aún así, tomó sus cosas y fue a donde la obediencia le enviaba, y por respuesta solo se le escucho decir: me quedo con Dios.

Al escuchar de su Visitador, Venerable Hno. Exuperien que la única salida para salvar la obra lasallista en Francia era la secularización, él decidió y decidido contesto: me quedo con Dios. 

No necesito de un clavel en la solapa para echarse la tierra a la espalda y sonreír a un Dios que le enviaba a otras tierras, hacer suya la obra lasallista en Cánada y poder decirle a su madre que quedaba atrás; me quedo con Dios. 

La Providencia le esperaba en Cuba, La Habana le recibió con un poco de perspicacia, pero aún así, su decisión fue una, me quedo con Dios.

Poco a poco se fue dando, gastando, haciendo fecundo su apostolado y finalmente pudo delante de su comunidad poder decir en voz alta me quedo con Dios y ese día hacerse uno con El.  Aquel día en sus labios se escuchó una plegaria nueva, distinta: Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíriu Santo, postrado....



El 8 de Septiembre de 1913, cumplida la edad requerida, o sea la de 28 años, pronunciaba mis Votos perpetuos o sea la Profesión religiosa para la vida, ante el Smo. Sacramento expuesto en la humilde Capilla de entonces, un pequeño Salón trasnformado más tarde en librería. Fue en la festividad de la Virgen de la Caridad. (Hermano Victorino)

Manuel Bonet



miércoles, 21 de enero de 2015

Hermano Victorino en el colegio de Güines

En nuestra última entrada sobre el Hermano Victorino le habíamos dejado como profesor en el Colegio Lasallista del Vedado. 

Hay que levantarse temprano, al toque de la primera campana y disponerse a realizar los diferentes ejercicios de comunidad. La oración de la mañana, con los puntos para la meditación basada en el evangelio o en las Meditaciones del Fundador dan la pauta para empezar el día.  Día tras día, la reflexión, el catecismo, las clases que se han de preparar con esmero y dedicación, la preparación del Hermano en las materias que ha de impartir. gobernar aquellos giros lingüísticos propios del castellano, aprender a conjugar verbos tan enrevesados como el ser y el estar. Aprender el fue, está, estoy....  Descifrar los gestos y expresiones de cada niño que parece que el español ha sido inventado solo por ellos. Lástima que no conoció el título Los tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, seguro que se hubiera leído con tantas palabras y gracejos que se dan en Cuba. 


Probablemente el desgaste de los primeros años en Cuba, aquellas jornadas primeras que generan una actitud de observación constante, una mirada atenta a señales y gestos que se originan en el pequeño auditorio, hicieron que para el curso escolar de 1906 - 1907 el Hermano Victorino se encontrara tan enfermo que los Hermanos propusieran trasladarle al Colegio San Julián de Güines. 

El Colegio San Julián había sido fundado tras los muchos ruegos de Mons. Gonzalez Estrada para dar educación cristiana a los niños de este poblado. El 8 de octubre de 1907 salía del colegio del Vedado la nueva comunidad, siendo su Director el Hno. Juan, le acompañaban en esta obra los HH. Clemente José, Gustavo y Sergio. El 15 de este mes, fiesta de Santa Teresa abría las puertas el colegio.

El clima de Güines al parecer le asentó y pronto mejoró. Continuó dando clases en aquel colegio chiquito hasta que en septiembre de 1911 regresó al Colegio De La Salle del Vedado para impartir la clase del 2o año del Curso Comercial que se había iniciado ese año. Pero antes, en el verano, le habían enviado a New York para perfeccionar su inglés.  

Manuel Bonet

lunes, 5 de enero de 2015

María Antonia, tú cruzarás los mares...

A las claretianas las conocí en 2005 probablemente, en su casa de formación en La Habana, trabajamos en la pastoral en Cuba y nos apoyábamos, a través de ellas conocí a Madre Antonia París i Riera. 


Nació: 28 de junio de 1813
Murió el 17 de enero de 1885.

S. Juan Pablo II la declaró venerable el 23 de diciembre de 1993.


Cuando los franceses invadieron Cataluña, mi madre, Teresa Riera huyó a tierras de Vallmoll. Me llevaba en su vientre y en sus brazos a mi hermana Teresa, de tres años de edad. Mi padre, Francisco París había fallecido hacia dos meses escasos.  En medio de tanta desolación, el Señor salió a mi encuentro.

Me bautizaron el 29 de junio, un día después de mi nacimiento. Era la fiesta de San Pedro y San Pablo,  a ellos debo mi deseo de ser iglesia, de hacer iglesia. Me habría gustado cantarles:  “San Pedro y San Pablo, unidos/ por un martirio de amor, /en la fe comprometidos, /llevadnos hasta el Señor”; pero en mi pequeñez todavía no era la hora de las poesías.

En una misión franciscana del monasterio de Escornalbou en Tarragona, escuche dentró de mi, la invitación del Señor a seguirle.  Tendría entonces catorce años y me esperaría aún catorce años más para poder responder a aquella llamada. Eran malos tiempos para pensar en la vida religiosa, pues las leyes prohibían la apertura de los noviciados.

Finalmente en 1841 ingresé como interna en la comunidad de la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora de Tarragona.  Durante diez años me dediqué a la enseñanza de la encajería, asimilando en mi vida el espíritu de Juana de Lestonnac, nuestra fundadora.  Sin embargo, el primer año de vida religiosa, Jesús se manifestó ante mí invitándome a  fundar una Orden nueva.  Aquel encuentro me dejo algo desconcertada pues apenas podía profesar como religiosa y el Señor me quería como fundadora.

S. Antonio María Claret

En 1850 tras la visita de la Reina a nuestro convento de Tarragona, se nos permitió como excepción especial el poder iniciar nuestro noviciado.  Mientras mis compañeras se entusiasmaban en la preparación de los hábitos que usarían, yo vivía la angustia de no saber si el Señor me quería en aquella casa religiosa.  Animada por mis directores espirituales, ingresé al noviciado y tomé el nombre de sor Ma. Antonia de San Pedro.

Algún tiempo después deje el noviciado y pude encontrarme con el P. Antonio María Claret, a quien pronto nombraron arzobispo de Santiago de Cuba. Mientras tanto, en Tarragona coincidimos algunas mujeres que hacíamos vida en común, orábamos y compartíamos lo poco que ganábamos.

Claret nos invitó a fundar en su arquidiócesis y el 15 de agosto de 1851 hicimos voto de no separarnos, cruzar el océano si era la voluntad de Dios y obedecer en todo a nuestros superiores.

Nos embarcamos para Cuba el 22 de febrero de 1852, el mar era nuestro claustro pues ni hábito portábamos. En Santiago de Cuba abrimos nuestro colegio para niñas blancas y negras, pero hasta en aquel gesto tan simple fuimos cuestionadas, pues las leyes que regían en aquella tierra no permitían que ambas razas coexistieran.  Las fiebres acosaban a la joven comunidad y a los tres meses de nuestra llegada, falleció la hermana Florentina.

Sobre su cimiente surgió nuestra pequeña comunidad religiosa.  El 25 de agosto de 1855 por mediación de Mons. Claret escribimos a S. S. Pío IX para pedirle nos bendijera y su aprobación. Firmábamos con el nombre de Instituto Apostólico de la Inmaculada Concepción de María, aunque el pueblo nos llamaba “las monjas de la enseñanza”.

Habitación de Madre Antonia en Reus. 

En nuestra casa de Santiago de Cuba, acogimos como medio de reforma a las niñas que serían las futuras mujeres. Buscamos que entre nuestras aulas y los hogares de las niñas, hubiese una estrecha relación,  y que lo aprendido en la escuela fuera eficaz en el hogar pues “se enseñará a las jóvenes a trabajar toda clase de labores, a leer y escribir, cuentas y gramática y todo aquello que requiere la buena educación de una doncella que ha de llevar adelante su  familia".

En 1859, Mons. Claret que había vuelto a España como confesor de la Reina Isabel II, me pide que vuelva a mi tierra y funde una nueva comunidad según el estilo iniciado en Santiago de  Cuba.  Nuestra segunda casa fue fundada en Tremp, en la diócesis de Seo de Urgel.

Aquellas notas mías sobre la Reforma de la Iglesia fueron presentadas al Santo Padre, Pío IX, con las firmas del P. Curríus, de Mons. Claret y Mons. Caixal. El Santo Padre las desestimo, y yo le resté toda importancia a esos borrones míos. Si Roma decía que no eran viables para la reforma de la iglesia, porque yo me iba a obstinar en que así fuera.

En 1867 pude fundar una nueva comunidad en Reus, ahora con el nombre de María Inmaculada de la Enseñanza.  A esta le siguieron las fundaciones de Carcaixent que en 1936 nos daría la primer religiosa mártir, Vélez – Rubio, Baracoa en Cuba.  De Reus me llamaron las autoridades para que devolviera la paz al convento, al colegio y a la ciudad que estaba toda escandalizada con dos religiosas que se habían salido del instituto.  Resuelto todo y vuelta la paz, quien se sumió en la más terrible noche oscura fue mi alma.  Un período largo y desesperante, en que mi alma se sentía abandonada por Dios.  

Sepulcro de M. Antonia Paría en el convento de Reus.


Confiando en la misericordia de Dios, con las manos vacías, esperaba que llegase para mi el tiempo de Dios. Cuando menos lo esperaba, Aquel que es luz de luz vino a alumbrar toda oscuridad para mí el 17 de enero de 1885.  
Manuel Bonet

lunes, 29 de diciembre de 2014

Misionero, obispo y santo mexicano

Recuerdo la placa en el templo de la Merced en La Habana que recuerda la presencia misionera de San Rafael Guízar y Valencia en nuestra patria, creo que su palabra y sus ojos azules recorrieron desde las parroquias habaneras hasta las sabanas camagueyanas.

San Rafael Guízar y Valencia

Su rostro nos bendice desde las ventanas de San Pedro

Nació el 26 de abril de 1878 en Cotija, Michoacán
Falleció el 6 de junio de 1938 en Jalapa, Veracruz
Beatificado por Juan Pablo II, en Roma, el 29 de enero de 1995
Canonizado por Benedicto XVI  en Roma el 15 de octubre de 2006

Lugar de culto y devoción: Catedral de Xalapa, Veracruz.  


 ¿Quién es San Rafael Guízar y Valencia?


Soy de Cotija, tierra de santos y mi nombre es Rafael. Soy el séptimo hijo de Don Prudencio Guízar González y Doña Natividad Valencia. En casa se tocaba la guitarra, el acordeón, el piano, la viola y el violín y entre la chiquillería que llegamos a ser, pues fuimos once hermanos y hermanas,  armábamos nuestras propias fiestas nada más ver que mi padre agarraba la guitarra entre sus manos.  

Después de la muerte de mi querida madre, mi padre dispuso que se nos diera una buena educación. Así del salón de la escuela parroquial pase al colegio de San Estanislao, en este quiso el Señor que me animara a seguirle en el sacerdocio por lo cual, en 1891 ingresé en el Seminario Auxiliar de Cotija y en 1896, al Seminario Mayor de Zamora. Finalmente mis manos fueron consagradas el 1º de junio de 1901 en la Catedral de Zamora, aquel día al ser ungidas mis manos pude decirle a Aquel que me llamó desde siempre: “Aquí estoy Señor, toma mi vida, sacerdote para siempre quiero ser”.

Pertenencias de Mons. Guízar y Valencia

Desde mi ordenación sacerdotal, me dediqué a las misiones. Las tierras de Zamora, Michoacán, Colima y Guerrero se convirtieron en una extensa zona de apostolado concreto para mí. Consciente de mi pequeñez y que trabajaba para un Señor que a quien tiene cinco talentos se los puede multiplicar o quitar, disfrutaba en compartir con mi pueblo el nombre de Jesús bajo las especias de pan y vino, y de enseñarles a querer a su Madre, María Santísima de Guadalupe, mi madre.

Con la llegada de la revolución y la persecución religiosa en mi México querido, tuve que ocultarme pues se perseguía a los padrecitos. Me tizné un poco la cara y salía por las veredas  o las calles empedradas a vender baratijas o medicina homeopática y así podía acercarme a los enfermos, para consolarlos, administrarles los sacramentos y asistir a los moribundos. ¿Quién iba a dudar de un médico que vendía un aceite de olivo con olor a perfume y ungía a los enfermos en los pies, manos, ojos, lengua y nariz? Bien conocía mi papel de doctor de cuerpo y almas.

Aunque en alguna ocasión estuvieron a punto de fusilarme, y hasta cuentan que a un pobre europeo con quien me confundieron, fue fusilado pensando que era yo. Ante estas situaciones y siendo desterrado por las autoridades  gubernamentales seguí mi labor misionera en otras tierras. Primero trabaje en Estados Unidos de América, entre mis compatriotas exiliados, luego en Guatemala y finalmente, Cuba. En La Habana con el permiso del arzobispo Manuel Arteaga establecí mi residencia, alojándome en la Iglesia de la Merced, visitando las casas de los obreros portuarios y pescadores, entre negros,  mulatos y criollos predicaba el evangelio y allí recibí la noticia de mi nombramiento como Obispo de Veracruz.

Regresé al año siguiente a mi diócesis de Veracruz. Se dice que el obispo se desposa con su diócesis y a ella le ha de permanecer fiel toda su vida. Pues desde que llegué nuevamente a México me dediqué a conocer y auxiliar a mi querida esposa, la Iglesia de Veracruz y entre tanta necesidad de Dios que encontré, que me llevé la hermana muerte antes de renunciar a mi Veracruz.

Al llegar el barco que me trasladaba a mi tierra natal, llegan noticias de un terrible terremoto que me ha destrozado media diócesis. Recorrí toda la zona afectada repartiendo lo poco que me quedaba en los bolsillos y las ayudas generosas que me ofrecían. Junto a los destrozos, descubrí otra necesidad más grande y duradera. Tenía 64 parroquias  con 300 capillas y sólo 60 sacerdotes. ¿Qué hacer? ¿Cómo resolver aquella situación de escasez sacerdotal?

El seminario, todo comenzó por el seminario. Recuperé el viejo seminario de Xalapa incautado por el gobierno desde 1921, me lo volvió a quitar el gobierno. Trasladé el seminario ahora clandestino, a la Ciudad de México donde permaneció durante quince años en medio de dificultades y persecuciones. En casas particulares, trabajando en la ciudad y estudiando a la vez, se pudo conservar mi seminario porque “a un obispo le puede faltar la mitra, el báculo o la catedral, pero lo que no le puede faltar es el Seminario”. Buen semillero sacerdotal era este, pues quien llegaba buscando riquezas y sus propias ambiciones, solo recogía sus cosas y se volvía a su casa. ¡Bendita persecución que nos dio tan buenos sacerdotes!

Sus reliquias el día de la canonización. 


La persecución religiosa no disminuyó en México ni un poco mientras fui obispo. De los diecinueve años que fui obispo, nueve fui un obispo perseguido. Me mataron algún sacerdote a quien conocía y consideraba un ángel, tuve que mandar cerrar los templos. El gobernador dio orden de asesinarme, y al palacio de gobernación me dirigí y con la confianza puesta en quien me había llamado a ser sacerdote y pastor de Veracruz me le presente, para que llevara a cabo su orden.

Si el grano de trigo no muere, no da fruto y para la navidad de 1937 mi trigo ya estaba listo para la siega. Todavía pude seguir misionando de pueblo en pueblo, hasta que el 6 de junio de 1938 me dormí en mi Señor.      
Manuel Bonet

sábado, 20 de diciembre de 2014

Hermano Victorino: Algunas confesiones

El Hermano Victorino era muy parco o sobrio para hablar de él, de su vida, algunas confesiones suyas ya anciano permiten trazar un boceto de su vida y obra. Probablemente la raíz de este silencio sobre sí, se la debamos a la Regla Lasallista que mencionaba la ausencia de comentarios sobre los religiosos  (Cfr. RC. 6,7)  La mayoría le recuerda como el líder de la juventud cubana en la primera mitad del siglo XX, pero muy pocos le evocan como el maestro lasallista que se entregó a nuestra juventud por más de cincuenta años sin interrupción. 


 “Llegamos a La Habana el 10 de septiembre de 1905…Tres días antes había cumplido 20 años. Y heme aquí con todas las ilusiones de los 20 años, un panorama y un campo nuevo, desconocido”, así se expresaba el Hermano Victorino muchos años después, sobre el inicio de la obra lasallista en Cuba (Cfr. Morales, p. 30).

El realismo del Hermano Victorino es sorprendente, los religiosos de aquellos años sabían que no había un retorno a su tierra natal. Cuba sería su nuevo hogar. Un hogar que se abría a la experiencia de la libertad y que lentamente empezaba a construir su futuro. Aún cuando estaban preparados para asumir la nueva realidad, muy probablemente les embargaría la nostalgia por el terruño, sin embargo  como él mismo llegó a contar:  “A la pobreza y a las incomodidades del comienzo, todos pusimos cara risueña”. “Con solo unos rudimentos de español, nuestros comienzos fueron duros, y poco a poco el Colegio fue adquiriendo fama” (Cfr. Morales, p. 32)

Colegio La Salle del Vedado. 


 Tenían pocas herramientas para empezar y llevar a buen fin la obra comenzada, pero, lo lograron. En poco tiempo las obras escolares se multiplicaron en esta primera década, extendiéndose hacia el resto del país: el Orfanatorio – Escuela San Vicente de Paúl  en Guantánamo (1906), el Colegio “La Natividad” en Sancti Spíritus y el Colegio San Julián en Güines  (1907) y finalmente, el Colegio “Nuestra Señora de la Caridad” (1908).

El desgaste ocasionado en los primeros meses, unido al cambio de clima, de costumbres y de alimentación generó en el Hno. Victorino “un delicado estado de salud”, según Morales (Cfr. p. 32), por lo cual  fue trasladado al recién abierto Colegio San Julián en Güines. 
Manuel Bonet