sábado, 28 de febrero de 2015

Una mujer testigo del amor de Dios

M. Isabel Larrañaga y Ramírez, fue una mujer que se paseó entre puertos, ciudades y cortes, en busca de Dios.  A Cuba llegó arrastrada por su madre, en busca de un partido para su hija. Sin embargo, su "nena" ya había encontrado partido: Dios. 

Dios y ella vivirían una apasionante aventura que le llevaría a relacionarse con mujeres como Santa Vicenta María López Vicuña, a la duquesa de Jorbalán, a la Madre Antonia de la Misericordia, mujeres con vocación de buen samaritana que fueron en busca de la mujer rota y echada en la cuneta. Mujeres enamoradas de Dios como nuestra Isabel. 



Nació: 19 de noviembre de 1836, Manila, Filipinas.

Falleció: 17 de enero de 1899, La Habana, Cuba.

Venerable: 26 de marzo de 1999, por S. Juan Pablo II.

Me llamó Isabel, que podríamos traducir como casa de Dios y ya verán como pude llevar a muchas niñas y niños a la casa de Dios.

Mis padres fueron Don Juan Andrés María de Larrañaga Lasarte, oficial del Ejército español. Mi papá  se enroló muy joven en el ejército, por lo cual participó en las guerras de independencia de los países de América del Sur (1820).  En plena campaña conoció a mi mamá, Doña Isabel Ramírez Patiño, peruana y limeña.  Enamorado de sus ojos, en 1824 contrajeron matrimonio en la ciudad de Huancayo (Perú). Del Perú se trasladaron a España durante algún tiempo.  Finalmente el llamado de las armas trasladó a papá hacia Filipinas. Con él se trasladó toda la familia.  El 19 de noviembre de 1836 en Manila, nací yo: Isabel Larrañaga y Ramírez. Con lo cual llegábamos a diez los hijos de este bonito matrimonio.

En 1838 fallece mi papá en Manila, por lo cual mi madre vendió los muebles, embarcó lo más personal y vendió la casa. Regresamos a  España. Aun cuando solo tenía dos años, recuerdo el mar y el largo viaje en barco.  Era 1839.

Mi madre se estableció en Madrid, pero de vez en cuando, viajábamos a Lima, Perú en 1855. De mi familia tan numerosa tras la muerte de papá, solo quedamos Francisco Adrián y yo.  Mi madre que me llamaba mi “nena” se empeñaría en ofrecerme una cultura privilegiada: música, pintura, idiomas: francés, inglés e italiano. 

En Lima me establecí como profesora en varios colegios debido a mis amplios conocimientos. Mi madre no veía con buenos ojos aquellos esfuerzos escolares. Sufría al verme enredada en la catequesis de niños y jóvenes, visitando en los hospitales a enfermos y moribundos, asistiéndoles o ayudándoles a bien morir.

Con la finalidad de cortar con aquellas beaterías, realizamos un largo viaje. Partimos de Lima y después de rodear casi toda América del Sur desembarcamos en La Habana.  Por Providencia de Dios conocí a Mons. Santander y Frutos, obispo de esta ciudad con quien establecería una grata amistad. Aquel viaje me hizo conocer a Roma como una peregrina más, además de poder conocer Málaga, Sevilla y Madrid, donde nos instalaríamos de manera definitiva.

En Madrid conocí a la Señorita Vicenta María López Vicuña, con quien compartí una grata amistad y visitas a hospitales tras las chicas que se desempeñaban en tareas domésticas.  Probablemente movida por su ejemplo, quise ingresar en la Orden de la Visitación de Santa María, pero allí no encontré mi vocación.

En 1877 pude regresar a Roma como parte de la peregrinación teresiana organizada por Enrique de Ossó. En la audiencia del 15 de octubre solicité a Pío IX la  bendición para poder iniciar una obra apostólica que deseaba fundar.  Calumniada y despreciada por aquella corte madrilense, me dediqué totalmente a mi proyecto: una vida sellada por la experiencia de Dios y entregada al servicio escolar.

Madre Isabel, con el primer hábito religioso.


El 2 de febrero de 1977 surgió la Pía Asociación  de Señoras Esclavas del Sagrado Corazón de Jesús. Nuestro primer colegio con el apoyo de Mons. Sancha y Hervás, nació en Leganés.  Luego fueron surgiendo con muchos sacrificios Torrijos (Toledo), Santa Susana (Madrid), de donde saldrían mis hijas hacia el martirio; Fuensalida (Toledo); Pínar del Río (Cuba) de donde nos llamó el obispo Santander y Frutos; Villaverde Alto. Entre tanto trabajo pude entrevistarme con León XIII que bendijo a mis hijas, los colegios y a las niñas que en ellos se educaban.

En 1894 regrese  a Cuba donde se había instalado un pequeño equipo “azul”, pues nuestro hábito era de este color. Me contaban maravillas, que al llegar había una epidemia de fiebre amarilla y que sin temor al contagio, asistieron con valor a los enfermos; que en plena guerra habían compartido el hambre y la suerte con el pueblo. Al regreso a España pude ver una comunidad establecida y bendecida por Dios. 

Cuatro años más tarde, llegué a La Habana, ahora para establecer un noviciado en el Colegio “Nuestra Señora del Pilar, en Pínar del Río.  Mons. Santander y Frutos quería a toda costa un colegio corazonista en La Habana, así que solicité voluntarias para una nueva obra. Abrimos el Colegio Sagrado Corazón de Jesús en esta ciudad. Compartíamos las clases con la asistencia a heridos y enfermos en los hospitales “Alfonso XIII” y “San Ambrosio”, además de atender un comedor popular para atender a los reconcentrados.


En La Habana,  en pleno apostolado, fui sorprendida por Aquel que me había invitado a seguirle. Era el 17 de enero de 1899. 

"Hijas mías tened siempre presente lo que os digo: Al Corazón de Jesús amadle mucho y por El sufrid a ciegas. A María tenedla siempre como buena Madre. Os quiero a todas metidas en su Corazón. Ponedla siempre al alcance de los niños para que conociéndola y amándola, la imiten. Aprendan a vivir siempre delante de Dios, con los pies en el suelo y los ojos en el cielo y de las cosas que se han de acabar, no hagas caso. Vosotras sed siempre, siempre muy humildes, como las violetas que se conocen sólo por su perfume. Pedid todos los días la perseverancia para ser fieles al Señor. Les digo por última vez, hermanas: Dad gracias a Dios por vuestra vocación y permaneced firmes en ellas"



En 1961 con la revolución castrista y la expulsión de las religiosas del país, mis hijas pudieron traer con ellas mis restos, los cuales reposan desde entonces, en la capilla del Colegio de Villaverde Alto, en Madrid.

Manuel Bonet

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