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viernes, 20 de junio de 2014

Un pasionista misionero entre La Habana y Santa Clara

El 1 de octubre de 1989, S. Juan Pablo II beatificaba en la plaza de San Pedro a 26 pasionistas españoles, algunos de ellos habían misionado en México, Cuba y Estados Unidos, otros esperaban ser enviados a nuevas misiones o a fortalecer aquellas casas que expresaban el carima del Fundador: Jesuxpi Passio.

Así les presentaba el Santo Padre a la Iglesia Universal: 

 (La Iglesia) "se alegra por los mártires de la Comunidad de los Pasionistas de Daimiel, en España. Era una comunidad dedicada exclusivamente a la formación de los jóvenes que allí al amparo del Cristo de la Luz, se preparaban para ser sacerdotes y anunciar un día el Evangelio en tierras americanas, preferentemente en México, Cuba y Venezuela. La comunidad se componía casi en su totalidad de jóvenes de 18 a 21 anos, asistidos por un selecto claustro de profesores y hermanos que cuidaban de su formación. Era un ambiente de gran entusiasmo misionero en un clima de retiro, estudio y oración. Hombres de Dios, que siguiendo el consejo de San Pablo amaban “la justicia, la piedad, la fe, la caridad, la paciencia, la mansedumbre”. 

Ninguno de los religiosos de la comunidad de Daimiel se había mezclado en cuestiones políticas. No obstante, en el clima del momento histórico que les había tocado vivir, también ellos se vieron arrastrados por la tempestad de persecución religiosa, dando generosamente su sangre, fieles a su condición de religiosos, y émulos, en pleno siglo veinte, del heroísmo de los primeros mártires de la Iglesia.

La mayoría, jóvenes de 18 a 21 anos, vivía soñando en el sacerdocio, pero el Señor había dispuesto que su primera misa fuera la de su propio holocausto. Ahora nosotros les exaltamos y damos gloria a Cristo, que los ha asociado a su cruz: “El Señor ama a los honrados . . . él sustenta al huérfano y a la viuda, y trastorna el camino de los malvados. El Señor reina eternamente”.   (De la homilía de la beatificación)

Hoy quiero presentarles, al provincial pasionista que acompañó a sus numerosos hermanos camino al martirio. Fue de los primeros en caer bajo las balas enemigas, pero su mensaje siempre fue de diálogo y perdón, confianza en Dios y abandono a su providencia. 



Beato Nicéforo de Jesús y María Diez Tejerina. 

Lugar de nacimiento: 17 de febrero de 1893 en Herreruela de Castillería, Palencia
Lugar de martirio: 23 de julio de 1936 en Manzanares, Ciudad Real.  
Beatificación: 1º de octubre de 1989 en Roma por S. Juan Pablo II.



Cuando nací me pusieron el nombre de mi padre, quien se fue al cielo tres días después de mi nacimiento.  Mi madre asumió con entereza la guía de nuestra casa y de nuestra educación. A ella debo todo, mi carácter y mi empeño. 


De niño era inquieto y alegre. En alguna ocasión visitaron nuestro pueblo los misioneros pasionistas, todos los vecinos llenamos el pequeño templo parroquial. Yo escuchaba cada palabra que llenaba sus sermones, después en el campo mientras ayudaba con los corderos me subía a un árbol o piedra y repetía a mis vecinos las palabras escuchadas. En aquellos años, sin saber yo lo que decía, les contaba que quería ser mártir a imitación de Jesucristo, pero cuán lejos estaba yo de imaginarme que tendría esa dicha algunos años después.

En 1906 ingresé al colegio pasionista de Peñafiel, cerca de Valladolid. Llegué el día 28 de abril, fiesta de nuestro fundador, san Pablo de la Cruz. Tres años después tomé el hábito pasionista y me dieron un nombre nuevo, Nicéforo de Jesús María. Al año siguiente recibí mi primer obediencia: México.

En junio de 1910 llegué a mi nuevo destino, “El Ranchito” en Toluca. Frente a nuestra casa se había instalado el colegio "Beato Gabriel" de las Hijas de la Pasión, fundadas por la Madre Dolores Medina y Martínez – Zepeda, a quien me encontraría en otros lugares con motivo de la persecución religiosa mexicana. 

En México conocí la persecución religiosa. En 1914 fui detenido junto al resto de la comunidad pasionista que se había refugiado en Atenco. Gracias al cónsul español la pena de muerte fue cambiada por el exilio y pudimos salir hacia Chicago. En medio de tantas inseguridades, una gran alegría tuve en México, el poder visitar y rezar ante la Virgen de Guadalupe, a quien aman tanto los mexicanos.


Ordenado sacerdote en Estados Unidos, fui enviado a Cuba  en 1918. Los pasionistas de La Habana me recibieron con los brazos abiertos. Allí me encontré  nuevamente a la Madre Dolores que había logrado fundar una casa en este país a raíz de la persecución. Inicialmente fui destinado a Santa Clara  al Colegio San Pablo como profesor de inglés, música y otras materias. Apenas empezaba a ver como la mies se levantaba y me destinaron nuevamente a Toluca, México.

En México permanecí casi siete años de apostolado fecundo y extenuante. Abriendo nuevas casas y centros de apostolado. En 1926 volví a La Habana y viendo que nuestra capilla de La Víbora era muy pequeña, me decidí por la construcción del nuevo templo como copia de la catedral de Burgos.  En 1932 mis hermanos pasionistas me nombraron primer Consultor Provincial y tuve que salir hacia España. Tres años más tarde, me pidieron que les animara como Provincial.

En España pude encontrarme con mi madre y mis hermanos.  Después de tantos años, fue un encuentro inolvidable. Mientras tanto  proseguí con mis actividades: pude abrir la casa de Barcelona y Valencia y consagrar el nuevo templo de La Víbora a la Beata Gema Galgani. Nuevamente pude visitar las casas de Cuba y México, para regresar a España antes que estallase la guerra civil española.



Las vísperas del estallido revolucionario me dirigí a la comunidad de Daimiel para iniciar la visita canónica. El 21 de julio de 1936 la comunidad fue expulsada de su casa, no llevábamos más que los hábitos religiosos. En el altar junto al Cristo de la Luz y la Virgen Dolorosa pude repartirles la comunión y dirigirles unas palabras antes que nos repartiésemos por los caminos españoles en busca de la palma del martirio:

“Hijos míos, este  es nuestro Getsemaní; nuestra naturaleza, en su parte débil, desfallece y se acobarda; pero Cristo está con nosotros. Os voy a dar al que es la fortaleza de los débiles. A Jesús le confortó un ángel; a nosotros,  es el mismo Jesús el que nos conforta y sostiene.

Dentro de pocos momentos estaremos con Él. ¡Animo, moradores del Calvario, a morir por Cristo! A mí me toca animaros, y yo mismo me estímulo con vuestro ejemplo”

Abrí las puertas del convento y salimos todos a la noche, escoltados por los milicianos fuimos llevados hasta la estación de ferrocarril. Al vernos en el descampado, me dirigí a aquellos que nos apuntaban con sus armas: "Si vuestras intenciones son de matarnos a mansalva en el campo, a favor de las tinieblas, quitadnos la vida aquí mismo".


Sin embargo aún no había llegado nuestra hora, así que al llegar a la estación de ferrocarril nos despedimos y en grupos nos dirigimos a Madrid.    



En Manzanares fuimos detenidos algunos pasionistas. Ametrallados en las tapias de la estación y mortalmente herido, levanté mis ojos al cielo y a mis asesinos les ofrecí como gratitud una sonrisa. Uno de ellos, enfurecido ante aquel gesto de paz y perdón, me disparó nuevamente permitiendo así que pudiese robarme la entrada al cielo con la palma del martirio en las manos.   




Al término de la guerra civil española, entre abril y mayo de 1939 los pasionistas pudieron localizar los restos mortales de sus numerosos hermanos mártires, así como documentar el martirio de los mismos. Exhumados, fueron llevados el 23 de abril de 1941 al convento pasionista de Daimiel. Fueron depositados en la cripta bajo el camerín del Cristo de la Luz que también había sufrido el expolio y el martirio.