sábado, 8 de noviembre de 2014

Palmas carmelitas: fray Tirso de Jesús María.

Entre mis conocidos en mi espacio de facebook, se encuentra la pintora Beatriz  Barrientos Bueno, autora del cuadro del B. fray Tirso de Jesús María Sánchez Sancho que adorna una de las paredes laterales del Carmelo Descalzo de Toledo (116 x 89 cm) a petición de un sobrino carmelita descalzo del mártir.
Hablando a través del chatel 28 de octubre de este año, me comentaba la autora las dificultades que atravesó para poder reconstruir su rostro a partir de una fotografía en blanco y negro anterior a la persecución y poder integrar el entorno conventual en los colores propios.  
La pintura dando los últimos detalles de su obra. 
Beato fray Tirso de Jesús María Sánchez Sancho
Nació: 19 de abril de 1899 en Valdecarros, Salamanca. 
Martirio: 7 de septiembre de 1936 en Toledo. 
Causa: Eusebio del Niño Jesús y compañeros carmelitas descalzos mártires de Toledo
Beatificación: 28 de octubre de 2007 por Benedicto XVI.  

Me llamo Gregorio, Goyo, el hermano mayor de Baltasar y desde pequeño me han gustado los libros. No recuerdo si alguna vez, nuestros padres nos hubieran hecho una foto vestidos de charro, a la usanza: con botas y sombreros, pero a mí me habría gustado, si me hubieran preguntado que me la hicieran rodeado de libros, pero no creo que hubiera una foto.
  Me enviaron a mi Medina a estudiar en el Colegio teresiano y  escribí mis primeros intentos literarios en las revistas escolares “El Nubarrón” y en “La Nubecilla”. Espero que no los encuentren puesto que no tienen mucho valor literario, pero eran mis primeros borradores.  Cuando ingresé en el colegio, me encontré una imagen de Santa Teresa de Jesús, escribiendo y mi deseo de conocimientos me empujó a conocer la doctrina que se describía en ese libro, allí surgió un deseo de ser para el Señor, así que en junio de 1915, al terminar el curso, salí para el noviciado de Segovia.
   Segovia, sería mi cuna carmelita, al amparo de san Juan de la Cruz. El 30 de junio de ese 1915 tomé el hábito carmelita y deje de ser Goyo para convertirme en fray Tirso de Jesús María. Un año más tarde firmaría el acta de profesión el 2 de julio
Rostro del mártir. Detalle. 

       Luego luego empezó la preparación al sacerdocio: la filosofía la estudié en nuestro Carmelo de Ávila (1917 – 1920) y la teología en Toledo (1920 – 1923), en los ratos que la vida conventual lo permitía, alguna poesía escribía.   El 22 de diciembre de 1923 fui ordenado sacerdote en la iglesia del Seminario conciliar de Segovia. El 26 podía celebrar mi primera misa en el Valdecarros que me había visto jugar y crecer.  

Gracias a la concesión de Isabel II, por sus decretos de 7 de mayo y de 3 de agosto de 1868, para que pudiera restablecerse la vida carmelitana en España. En la Real Orden se concedía llevar a cabo “la instalación de un Colegio de Misioneros de su Orden, con destino a la Isla de Cuba”. Desde 1880, nuestra orden veía partir hacia Cuba a los frailes  que llamábamos Misioneros para Ultramar.  Hacia allá habían partido los PP. Pedro de los Sagrados Corazones y Eusebio del Niño Jesús, con quienes compartiría luego la vida carmelitana.

En febrero de 1924 desembarcaba en La Habana, con indicaciones de permanecer en la parroquia del Carmen y allí permanecí hasta finales de 1927.   En ese año me destinaron al  Carmen de Ciego de Ávila que se encontraba en la parroquia de San Eugenio  como: director del Apostolado de la Oración, predicador de los sermones de más compromiso: nuestra Señora de la Caridad, Patrona de Cuba, sermón de la Soledad el Viernes Santo, etc. Además del trabajo de bautizos, catequesis, bodas en la parroquia de San Eugenio de Ciego y por los diversos poblados, me convertí en un asiduo colaborador de la revista “Vida parroquial”. En 46 números de dicha revista publiqué 6 artículos en prosa y 34 composiciones poéticas.

 Nuevamente la obediencia me hizo cambiar de aires, ahora rumbo a Matanzas en marzo de 1929.  En esta ciudad me nombraron  el sinsonte del Carmelo, pájaro cantor de América. De Matanzas me destinaron a Sancti Spiritus. En 1933 hubo cambio de Superiores en España y se me pidió regresar a España.
Mano derecha del mártir. Detalle.

En septiembre de 1933 me encontraba en España, por lo cual me destinaron a la Comunidad de Toledo. Tras los muros de nuestro convento pude escribir con mayor facilidad poesías, artículos y colaborar en la revista “El Mensajero de Santa Teresa”.  Predicaba en Toledo, Madrid, Talavera, Salamanca, el canto del sinsonte se escuchaba ahora en Europa.  

Julio de 1936 me sorprendió en el Templo de Santa Teresa, de la Plaza de España, en Madrid.  Me habían solicitado para predicar la novena de la Virgen Santísima del Carmen. Al termino de la novena, me dirigí a Toledo, el P. Eusebio del Niño Jesús, previendo lo peor, me había enviado las señas del domicilio de la   Sra. Antonia Martín y  Carmen, en el no. 6 de las calle de las Bulas. En la tarde del 19 de julio pude llegar a Toledo. Las calles cercanas al Carmelo se habían manchado con la sangre martirial de mi comunidad conventual. Conociendo los hechos de su martirio, al día siguiente pude acercarme al convento, al no poder rescatar nada, regresé al refugio que previsoramente se me había reservado donde permanecí hasta el 24 de agosto.

Estampa de la beatificación. 

“El convento todo quemado. Hundido y saqueado, de la sacristía nada; de la biblioteca, menos, todo perdido, ni ropas de la celdas, pues fueron quemadas o saqueadas. Sólo han quedado en pie las celdas del P. Pedro y hermanos Daniel y Clemente, y en ellas todo por el suelo, sin nada que pueda servir...Cuando llegué al convento no pude menos de llorar de ver tanta desolación, en la iglesia no había nada, todo por el suelo y destrozado” (Carta de fray Felipe de Niño Jesús, 19 de noviembre de 1936).      
 El 24 de agosto, los milicianos se presentaron en la casa para hacer un registro, me ofrecí a abrir la puerta, pero antes de hacerlo recé de rodillas ante una imagen de la Virgen del Carmen, que se hallaba cerca de la puerta. Al abrirse la puerta, un miliciano se le encaró:    
  - Usted tendrá toda su documentación arreglada, ¿verdad?
 - No la tengo y he perdido la cédula. Hace muy poco tiempo que estoy en España. – fue mi respuesta.

Eso basto para que me llevaran a declarar. Cansado y exhasuto psicológicamente después del primer interrogatorio me liberaron y pude llegar a la casa de Sra. Antonia a quien le pedí un poco de tila.  Antes de que me diera el vaso, los milicianos volvieron a por mí, ahora de manera definitiva. Fueron tres días de traslados e interrogatorios en los que querían hacerme declarar culpable del levantamiento militar. Finalmente el 27 de agosto pude ingresar en la Prisión Provincial, para proceder a un juicio formal.    Se me  declaró prisión incondicional el 3 de septiembre.

Inicialmente, declaré que era un viajante de comercio, siguiendo el ritmo del interrogatorio pero finalmente declaró:
 -Yo, señor, no soy viajante de comercio. Soy religioso carmelita.
 El Juez sorprendido por el giro que ha tomado el interrogatorio,  me pregunta por qué he dado una profesión falsa. Le sonrío y le contesto:  
-Yo no dije, sino que asentí a lo que usted decía.

 El Juez no encuentra delito alguno y da por concluido el interrogatorio y que no hay evidencia de mi participación en ningún hecho armado, pero el Tribunal Popular expide cédula de notificación y citación, señalando “el día 6 de los corrientes [septiembre 1936] y hora de las nueve de la mañana para dar comienzo a las sesiones del juicio oral en la Causa número 1 del Juzgado especial de esta capital, contra Gregorio Sánchez Sancho, por rebelión militar”. El juicio se celebra en el Salón de Concilios del Arzobispado de Toledo.

 El juicio apañado da inicio el 6 de septiembre, dándose un fallo falso que me condena a la pena de muerte.  Me defiendo de las acusaciones y trato de limpiar la memoria de mis hermanos mártires, pero en ningún momento pierdo la serenidad de saber que soy condenado por ser religioso.

Carta de despedida del mártir. Detalle.

 Terminado el juicio me llevan a la cárcel provincial y  se me permite escribir una carta de despedida a mis padres:
Sr. Don Juan Sánchez, Valdecarros (Salamanca).
Amadísimos padres, hermanos, sobrinos y demás familia: Por conducto del Sr. Director de la cárcel, deseo llegue a su poder la presente con todos mis últimos documentos.
Como verán por ellos, no he cometido delito ninguno. Un tribunal de guerra me condena a la pena de muerte. Son cosas de la guerra. ¡Cúmplase la voluntad de Dios! ¡Dios lo ha querido así! ¡Bendito sea! A todos les tengo presentes y les abrazo a todos con el deseo de que sean muy felices en esta y en la otra vida. Sean todos muy buenos. Perdonen y bendigan y amen a todos, como yo les amo y perdono y bendigo. No se ocupen de mí más que para rezar por mí.
Adiós. Les bendice y abraza: Grego Sánchez. Toledo, 6. IX. I936.

 El 7 de septiembre, vísperas de la Virgen de la Caridad del Cobre me sacan de la Carcel Provincial, me dicen que me trasladan a Ocaña, pero los cipreses del cementerio de Toledo les delatan .
         Nos bajamos junto a  las tapias del cementerio. Los soldados, los guardias de asalto y los milicianos echan suertes, para designar a los que que han de fusilarme. Recuerdo el relato de la passio de Nuestro Señor: ellos, también echaron suerte.  Un momento más y estaré junto a mis hermanos mártires frente al Cordero degollado.  Puedo besar un crucifijo todavía y expresarles mi perdón y mi alegría. Me vendan los ojos, todavía unas palabras más de agradecimiento para estos que no saben expresar el regalo que me ofrecen.   

Después de la descarga, caigo sobre el suelo, pero aún no ha llegado mi hora, permanezco allí en plena agonía. Se avisa a los milicianos, al capitán médico que certifica que aún estoy con vida aunque da orden de trasladarme a algún hospital, los milicianos me disparan nuevamente.   
 Ahora sí, cae sobre mi despojos mortales, la palma carmelita del martirio.

Los restos martiriales de los carmelitas descalzos de Toledo descansan bajo el altar de su iglesia. 

Días después el Gobierno decidirá mi inocencia y dará mi indulto.
 Manuel Bonet.

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