lunes, 29 de diciembre de 2014

Misionero, obispo y santo mexicano

Recuerdo la placa en el templo de la Merced en La Habana que recuerda la presencia misionera de San Rafael Guízar y Valencia en nuestra patria, creo que su palabra y sus ojos azules recorrieron desde las parroquias habaneras hasta las sabanas camagueyanas.

San Rafael Guízar y Valencia

Su rostro nos bendice desde las ventanas de San Pedro

Nació el 26 de abril de 1878 en Cotija, Michoacán
Falleció el 6 de junio de 1938 en Jalapa, Veracruz
Beatificado por Juan Pablo II, en Roma, el 29 de enero de 1995
Canonizado por Benedicto XVI  en Roma el 15 de octubre de 2006

Lugar de culto y devoción: Catedral de Xalapa, Veracruz.  


 ¿Quién es San Rafael Guízar y Valencia?


Soy de Cotija, tierra de santos y mi nombre es Rafael. Soy el séptimo hijo de Don Prudencio Guízar González y Doña Natividad Valencia. En casa se tocaba la guitarra, el acordeón, el piano, la viola y el violín y entre la chiquillería que llegamos a ser, pues fuimos once hermanos y hermanas,  armábamos nuestras propias fiestas nada más ver que mi padre agarraba la guitarra entre sus manos.  

Después de la muerte de mi querida madre, mi padre dispuso que se nos diera una buena educación. Así del salón de la escuela parroquial pase al colegio de San Estanislao, en este quiso el Señor que me animara a seguirle en el sacerdocio por lo cual, en 1891 ingresé en el Seminario Auxiliar de Cotija y en 1896, al Seminario Mayor de Zamora. Finalmente mis manos fueron consagradas el 1º de junio de 1901 en la Catedral de Zamora, aquel día al ser ungidas mis manos pude decirle a Aquel que me llamó desde siempre: “Aquí estoy Señor, toma mi vida, sacerdote para siempre quiero ser”.

Pertenencias de Mons. Guízar y Valencia

Desde mi ordenación sacerdotal, me dediqué a las misiones. Las tierras de Zamora, Michoacán, Colima y Guerrero se convirtieron en una extensa zona de apostolado concreto para mí. Consciente de mi pequeñez y que trabajaba para un Señor que a quien tiene cinco talentos se los puede multiplicar o quitar, disfrutaba en compartir con mi pueblo el nombre de Jesús bajo las especias de pan y vino, y de enseñarles a querer a su Madre, María Santísima de Guadalupe, mi madre.

Con la llegada de la revolución y la persecución religiosa en mi México querido, tuve que ocultarme pues se perseguía a los padrecitos. Me tizné un poco la cara y salía por las veredas  o las calles empedradas a vender baratijas o medicina homeopática y así podía acercarme a los enfermos, para consolarlos, administrarles los sacramentos y asistir a los moribundos. ¿Quién iba a dudar de un médico que vendía un aceite de olivo con olor a perfume y ungía a los enfermos en los pies, manos, ojos, lengua y nariz? Bien conocía mi papel de doctor de cuerpo y almas.

Aunque en alguna ocasión estuvieron a punto de fusilarme, y hasta cuentan que a un pobre europeo con quien me confundieron, fue fusilado pensando que era yo. Ante estas situaciones y siendo desterrado por las autoridades  gubernamentales seguí mi labor misionera en otras tierras. Primero trabaje en Estados Unidos de América, entre mis compatriotas exiliados, luego en Guatemala y finalmente, Cuba. En La Habana con el permiso del arzobispo Manuel Arteaga establecí mi residencia, alojándome en la Iglesia de la Merced, visitando las casas de los obreros portuarios y pescadores, entre negros,  mulatos y criollos predicaba el evangelio y allí recibí la noticia de mi nombramiento como Obispo de Veracruz.

Regresé al año siguiente a mi diócesis de Veracruz. Se dice que el obispo se desposa con su diócesis y a ella le ha de permanecer fiel toda su vida. Pues desde que llegué nuevamente a México me dediqué a conocer y auxiliar a mi querida esposa, la Iglesia de Veracruz y entre tanta necesidad de Dios que encontré, que me llevé la hermana muerte antes de renunciar a mi Veracruz.

Al llegar el barco que me trasladaba a mi tierra natal, llegan noticias de un terrible terremoto que me ha destrozado media diócesis. Recorrí toda la zona afectada repartiendo lo poco que me quedaba en los bolsillos y las ayudas generosas que me ofrecían. Junto a los destrozos, descubrí otra necesidad más grande y duradera. Tenía 64 parroquias  con 300 capillas y sólo 60 sacerdotes. ¿Qué hacer? ¿Cómo resolver aquella situación de escasez sacerdotal?

El seminario, todo comenzó por el seminario. Recuperé el viejo seminario de Xalapa incautado por el gobierno desde 1921, me lo volvió a quitar el gobierno. Trasladé el seminario ahora clandestino, a la Ciudad de México donde permaneció durante quince años en medio de dificultades y persecuciones. En casas particulares, trabajando en la ciudad y estudiando a la vez, se pudo conservar mi seminario porque “a un obispo le puede faltar la mitra, el báculo o la catedral, pero lo que no le puede faltar es el Seminario”. Buen semillero sacerdotal era este, pues quien llegaba buscando riquezas y sus propias ambiciones, solo recogía sus cosas y se volvía a su casa. ¡Bendita persecución que nos dio tan buenos sacerdotes!

Sus reliquias el día de la canonización. 


La persecución religiosa no disminuyó en México ni un poco mientras fui obispo. De los diecinueve años que fui obispo, nueve fui un obispo perseguido. Me mataron algún sacerdote a quien conocía y consideraba un ángel, tuve que mandar cerrar los templos. El gobernador dio orden de asesinarme, y al palacio de gobernación me dirigí y con la confianza puesta en quien me había llamado a ser sacerdote y pastor de Veracruz me le presente, para que llevara a cabo su orden.

Si el grano de trigo no muere, no da fruto y para la navidad de 1937 mi trigo ya estaba listo para la siega. Todavía pude seguir misionando de pueblo en pueblo, hasta que el 6 de junio de 1938 me dormí en mi Señor.      
Manuel Bonet

sábado, 20 de diciembre de 2014

Hermano Victorino: Algunas confesiones

El Hermano Victorino era muy parco o sobrio para hablar de él, de su vida, algunas confesiones suyas ya anciano permiten trazar un boceto de su vida y obra. Probablemente la raíz de este silencio sobre sí, se la debamos a la Regla Lasallista que mencionaba la ausencia de comentarios sobre los religiosos  (Cfr. RC. 6,7)  La mayoría le recuerda como el líder de la juventud cubana en la primera mitad del siglo XX, pero muy pocos le evocan como el maestro lasallista que se entregó a nuestra juventud por más de cincuenta años sin interrupción. 


 “Llegamos a La Habana el 10 de septiembre de 1905…Tres días antes había cumplido 20 años. Y heme aquí con todas las ilusiones de los 20 años, un panorama y un campo nuevo, desconocido”, así se expresaba el Hermano Victorino muchos años después, sobre el inicio de la obra lasallista en Cuba (Cfr. Morales, p. 30).

El realismo del Hermano Victorino es sorprendente, los religiosos de aquellos años sabían que no había un retorno a su tierra natal. Cuba sería su nuevo hogar. Un hogar que se abría a la experiencia de la libertad y que lentamente empezaba a construir su futuro. Aún cuando estaban preparados para asumir la nueva realidad, muy probablemente les embargaría la nostalgia por el terruño, sin embargo  como él mismo llegó a contar:  “A la pobreza y a las incomodidades del comienzo, todos pusimos cara risueña”. “Con solo unos rudimentos de español, nuestros comienzos fueron duros, y poco a poco el Colegio fue adquiriendo fama” (Cfr. Morales, p. 32)

Colegio La Salle del Vedado. 


 Tenían pocas herramientas para empezar y llevar a buen fin la obra comenzada, pero, lo lograron. En poco tiempo las obras escolares se multiplicaron en esta primera década, extendiéndose hacia el resto del país: el Orfanatorio – Escuela San Vicente de Paúl  en Guantánamo (1906), el Colegio “La Natividad” en Sancti Spíritus y el Colegio San Julián en Güines  (1907) y finalmente, el Colegio “Nuestra Señora de la Caridad” (1908).

El desgaste ocasionado en los primeros meses, unido al cambio de clima, de costumbres y de alimentación generó en el Hno. Victorino “un delicado estado de salud”, según Morales (Cfr. p. 32), por lo cual  fue trasladado al recién abierto Colegio San Julián en Güines. 
Manuel Bonet

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Hermano Victorino: primeras escuelas lasallistas en Cuba

El 14 de septiembre de 1905, abrían sus puertas los dos colegios lasallistas: 

Escuela del Niño de Belén. Dos salones junto al Colegio de Belén dirigido por los Padres Jesuitas. La escuela gratuita será independiente de la obra jesuita aunque será costeada por ellos. La comunidad estaba formada por los Hermanos: Hadelin Marie, Director; M. Adrias; Sulpicio, Enrique José y Alfonso. Asistían a misa en la Iglesia de Belén. Los Hermanos vivirían en una casa alquilada en la calle Luz, próxima a la escuela.

Colegio de Idiomas y Comercio “San Juan Bautista de La Salle”. Abrirá con 4 clases y el H. Adolfo Alfredo será su primer Director. Cada clase tendrá su Hermano titular: Victorino, René Gustavo, Hioram Jean, Arsenio, Sergio y René Edmundo, mientras el resto serían profesores de especialidades: H. León, Ciencias Naturales; H. Rogatian, inglés; y el H. José Casiano enseñaba el catecismo de clase en clase, haciendo cuentos a los chiquitos. Asistían a misa en la Iglesia Parroquial de los PP. Dominicos.

Uno de aquellos primeros alumnos De La Salle del Vedado escribirá después:

Nunca antes en ningún colegio, habían visto los ya expertos aquellos cristales, por ejemplo, que interrumpían la continuidad de los muros, detrás del elevado buró del maestro, y que nos dejaban ver, al otro lado, la espalda del profesor de la clase contigua. Nunca antes habíamos visto por aquellas latitudes Curas como aquellos vestidos con negras sotanas, tan rectas, ni que usaran cuellos tan blancos, a modo de baberos. Nunca antes se había hecho vestir a los alumnos con aquellas batas o delantales azules que a nosotros nos pusieron. Nunca antes colegial alguno en Cuba había escuchado el apremiante “!Tic, tic!” de aquellos curiosos palitos (la señal) que usaban los Hermanos…

Luego había el acento francés que a muchos de nosotros no hacía gracia con que hablaban el castellano la mayoría de aquellos Hermanos. Entre los diez que comenzaron a laborar en el Vedado, uno tan solo hablaba nuestro idioma a perfección: era un individuo gordo y colorado, de ojos pequeños y dulces, y bondadosa sonrisa. Después supimos que se llamaba el Hermano Casiano, nombre poco vulgar, que al principio nos causó risa con tanta frecuencia…

Además de ese Hermano gordo, había uno flaco y alto que no hablaba apenas el castellano. Aunque estaba con los mayores, pronto supimos todos que era canadiense y que se llamaba Rogatian, siendo su especialidad el Inglés, las Matemáticas, la Contabilidad y los Deportes pues jugaba muy bien el Base – Ball. Estaba, por supuesto el H. Adolfo Alfredo: ese también hablaba muy bien el español, y parecía un diplomático, tanto por su aire atildado y distinguido como por su exquisito trato. Este pasó en seguida al puesto de Visitador, y lo vimos después muy de tarde en tarde. El resto de los Hermanos nos parecieron un montón de jovencitos; especialmente dos de ellos que reunían a los pocos años una baja estatura. Eran el H. Cesáreo y el H. Sergio, y la vida nos ha demostrado después que eran grandes.


Los demás Hermanos que fuimos conociendo no eran ni flacos ni gordos, ni bajos ni altos. Estaba el H. León; que más tarde se distinguiría como Sabio Botánico, cuya fama recorre el mundo; el H. Victorino, piadoso y genial fundador, años después, de la Juventud Católica; el H. Edmundo, autor de muchos de los planos del actual edificio del Colegio de la calle 13; el H. Juan, recto y enérgico; el H. Arsenio, cuya profunda voz amedrentaba a los pequeños hasta que no lo conocían bien, como pasaba también con el H. Gustavo, tal vez el menos joven del grupo, quien enseñaba dibujo a perfección, y exclamaba como un trueno: “¡Turrúndela!” y “¡Sapristi!”, entre bravo y risueño, cuando sus alumnos lo provocaban con sus torpezas artísticas o con sus rebeldías criollas”. (Boletín de la Fraternidad de Antiguos Alumnos De La Salle, julio – diciembre de 1951, Año VIII, No. 23 y 24.)

martes, 18 de noviembre de 2014

Hermano Victorino: noticias de Cuba.

En medio de tanta incertidumbre como provocaba la secularización y el exilio, se convoca en el Instituto, un nuevo capítulo general en mayo.  El H. Reticius es nombrado Asistente para París, Canadá y México, por lo cual las obras lasallistas cubanas todavía bajo el gobierno canadiense,  quedan bajo su gobierno. 

Hasta el Canadá, llega el Hno. Adolfo Alfredo. Todos le preguntan sobre Cuba, todos quieren saber más y más detalles de primera mano de la maravillosa isla donde van a trabajar, “la más hermosa tierra que ojos humanos vieron” y él, complaciente les explica, les habla del clima, de las costumbres del país, del fervor patriótico que ha podido observar, del carácter alegre del cubano, de su hablar tal vez demasiado alto, de su agilidad mental, y el rápido poder de captación que se observa en el cubano. Les habla de la gran preocupación del Sr. Presidente de la República, por la enseñanza, y el impulso que estaba dando a las escuelas públicas, y cómo era querido y respetado por todos aunque le temía a la idea de ir a la reelección. Les habla de la hospitalidad recibida, de como el Sr. Obispo ha sido un padre para él, y lo va a ser de todos los Hermanos, pues siente especial simpatía por el Instituto. Les explica detalladamente de todas sus gestiones, de los dos colegios que se abrirán, que gastó todo el dinero que pudo obtener en acondicionar la casa del Vedado, y no le ha quedado nada para acondicionarlos a ellos debidamente. Dormirán en las que fueron caballerizas, sobre paja, y esta perspectiva, lejos de amilanar a aquellos jóvenes entusiastas y abnegados, les pareció un atractivo más... (Cfr. Manuel R. de Bustamante. Los Hermanos “Cubanos”, 3p En: delasallealumni.org/llegadaacuba/LLegadaACuba-LOSHERMANOSCUBANOS.)

A mediados de julio los HH. Adolfo Alfredo y Rogatian, partieron para La Habana, vía New York, para ultimar detalles antes de la llegada del resto de los Hermanos. Se hospedaron en el Arzobispado a petición del prelado. El H. Rogatian comenzó a impartir clases de inglés de forma inmediata el mes de julio en el reabierto Seminario diocesano San Carlos y San Ambrosio.
Manuel Bonet

domingo, 16 de noviembre de 2014

Una mártir de Pozuelo de Alarcón

A las Siervas de María, siempre las he admirado desde aquellas primeras visitas a su capilla de Alcides Pino, en Holguín. Hoy, una de ellas, aunque fuera de paso, fue acogida en La Habana por sus hermanas, tras la revolución mexicana. Ahora, aparece su nombre en medio de estos hombres y mujeres que anunciaron el evangelio en mi Patria. 

Beata Aurelia Arambarri Fuentes.

Nació el 23 de octubre de 1866 en Vitoria, España.
Martirio entre el 6 y el 7 de diciembre de 1936 en Aravaca, España.
Causa: Aurelia y tres compañeras profesas del Instituto de las Siervas de María, Ministras de los Enfermos.
Beatificación: 13 de octubre de 2013 en Tarragona, España, por el Papa Francisco.

Madre Aurelia, la primera arriba. 


 ¡Hola!
Cuando me bautizaron en la pila bautismal de la Parroquia de Nuestra Señora de Vitoria, me llamaron Clementina Francisca. Soy la hija mayor de Juan María  Juana Clementina. Mis padres eran cristianos muy coherentes, así que el mismo día que nací me  llevaron a bautizar. No me pregunten sobre mi infancia y adolescencia, todo fue normal, como normales y ordinarias pueden ser las vidas de las personas que viven cada día en las manos de Dios, sin complicaciones, sin hechos extraordinarios. 

El 23 de octubre de 1886 solicite el ingreso en el Noviciado de las Siervas de María, Ministras de las Enfermas. Me recibió la Madre Soledad Torres Acosta, me escuchó y me dio un abrazo al recibirme como hija suya. Era la fundadora, yo no lo sabía, me pareció una hermana más, santa como ninguna, pero  bajita, bajita eso sí.     
Santa Ma. Soledad Torres Acosta,
fundadora de las Siervas de María. 
Aquella Madre tan querida me dio el Santo Hábito, el 14 de Noviembre de 1886, ese día como era costumbre, me dieron un nombre nueva: Sor Ma. Aurelia. Al terminar el noviciado, emití mis primeros votos como religiosa,  el 18 de diciembre de 1887. Aquel año, se había fundado una casa en San Juan, Puerto Rico. Ante la escasez de personal me enviaron a esta casa aun cuando se exigían cuatro años de profesión para poder ir a alguna de nuestras casas. Quien sabe que verían en mi los superiores para destinarme hasta allá. Desde el inicio me esforcé en dar lo mejor de mí en cada asistencia a domicilio. El enfermo era una extensión de Nuestro Señor crucificado en aquella cama de su casa.   

De Puerto Rico pase a México en 1904. Me nombraban superiora de la casa de Guanajuato. Más tarde fui superiora de las casas de Puebla y Durango. En la casa de Durango (1914)  conocí el exilio, a causa de la Revolución mexicana. Algunas religiosas llegaron a los Estados Unidos, donde la providencia les permitió abrir nuevas casas y otras, nos pudimos detener temporalmente en La Habana, Cuba, hasta que en agosto de 1916 pude regresar a España. Al llegar me nombraron superiora de Mataró hasta 1921, luego la obediencia nuevamente me nombró Hermana Mayor en Alcoy y Barbastro.

En Octubre de 1929, al ser erigida la Provincia de Madrid, me nombraron Consejera Provincial y Superiora de Pozuelo de Alarcón, hasta que en 1934 viéndome imposibilitada por una parálisis progresiva, me trasladaron a la Enfermería de la Casa Madre. Ahora me tocaba a mí, hacerme una con nuestro Divino Enfermo y vivir mi Calvario de cada día.  

Madre Aurelia y sus compañeras mártires, Siervas de María.

Al llegar el verano de 1936, la Superiora General dispuso que las Hermanas ancianas y enfermas de gravedad fuéramos trasladadas a la casa de Pozuelo de Alarcón. Aquella casa fue intervenida por los milicianos que nos obligaron a salir de ella el 21 de noviembre de este año, por lo cual nos vimos obligadas a dejar el hábito religioso.  Imagínense para mí eran cincuenta años de llevarlo, desde que me lo dio nuestra Madre, pero se imponía la prudencia y tuvimos que quitárnoslo. Nos pudimos acoger en casa de la Sra. Beatriz Martín García, Viuda de Llorente.  A pesar de lo que llegábamos a escuchar nunca tuve miedo, al contrario en pleno bombardeo le decía a las Hermanas que me atendían en este domicilio: “Será lo que Dios quiera. El sabe que estamos aquí”.

En aquella casa, estábamos refugiadas sor Agustina (36 años), sor Aurora (86 años), sor Daría (57 años) y yo (70 años). El 1º de enero vimos como sor Agustina tuvo que dejarnos junto a otros refugiados que huyen rumbo a Las Rozas. Caería mártir de Cristo el 5 de diciembre de este año, porque la vieron rezar el rosario.

Nosotras seguimos en aquella casa, bajo el fuego intenso de cañones y bombardeos aéreos, hasta el 6 de diciembre en que se presentaron los milicianos en nuestro refugio. Sor Daría se enfrentó a ellos, al ver los insultos y vejaciones a las que nos sometían al sospechar que éramos religiosas: “Somos, en efecto, religiosas. Pueden hacer lo que quieran de nosotras, pero yo les suplico que a esta familia no les hagan nada, pues, al vernos sin casa y autorizados por el Comité de Pozuelo, nos recibieron en la suya por caridad”.       

Nos condujeron a Aravaca, cerca de la carretera a Madrid, a nosotras nos condujeron a una habitación donde nos dejaron. Al resto como pidió sor Daría le dejaron en libertad como a las 6 de la tarde. Con la llegada de la noche, nos sacaron de la habitación. Bonito espectáculo, aquellos milicianos con sus escopetones escoltándonos, mientras sor Daría y sor Aurora medio me sostenían, porque yo no podía moverme y en la noche del 6 al 7 de diciembre fuimos a gozar nuestra Pascua. Casi las vísperas de nuestra Madre Inmaculada.   
Manuel Bonet

Altar de la beatificación de los mártires del Año de la Fe.
Tarragona, España. 

jueves, 13 de noviembre de 2014

Hermano Victorino: Los Hermanos "Cubanos"

En el 2005 varios países celebraron el Centenario de la presencia de los Hermanos Lasallistas: México, Cuba, Puerto Rico...

En aquel   entonces pude gracias a Dios revisar fotos, anuarios de los colegios lasallistas cubanos y mucha papelería relacionada con la labor de los Hermanos durante este primer centenario (1905 - 2005). Pude publicar entonces un artículo en la revista Palabra Nueva de la arquidiócesis de La Habana: Centenario de La Salle en Cuba que se puede buscar en la red y una Cronología mínima de la obra lasallista en las Antillas, todavía inédito y que hace unos meses pude recuperar gracias a manos amigas que lo guardaron a través de los años. En ese primer artículo hay una foto de los Hermanos, raíces les llamó algún alumno, que fundaron la obra lasallista en nuestra patria. 

Si hubiera sabido que hoy necesitaría muchas de esas fotos o esos archivos, creo que los hubiera guardado con mayor sigilo, pero el hubiera no existe y no he podido encontrar una foto de aquellos primeros Hermanos lasallistas que llegaron a Cuba, cuando apenas estrenábamos República.

Creo que no no es necesario decir que aquellos primeros Hermanos, la mayoría franceses, supieron hacerse tan cubanos como nuestras palmas, lo pongo entre comillas, porque así lo escribió el Hermano Victorino en sus Memorias. No disminuyo así ni su entrega ni el prestigio del que gozaron  y gozan entre nuestro  pueblo.   

La Habana, estrenando República.

 El H. Vivienten Aimé, Asistente, presentó al Hno. Gabriel Maria la petición de fundar en La Habana, donde los P. Dominicos ofrecían la posibilidad de abrir una escuela gratuita en su parroquia.  Para tramitar la fundación se nombró al H. Adolfo Alfredo.  Era el año del Señor de 1905. Para entonces los Superiores habían pedido al Hno. Réticius, Asistente del Superior General para los Distritos de Reims, Bezancon y Canadá del Canadá,  que dirigiese una circular a los Hermanos que se encontraban en América del Norte solicitando Hermanos para enviar a Cuba, “donde se ha empezado a gestionar una fundación” pues confiaban plenamente en la Providencia y en las hábiles del Hermano destinado para tratar esta fundación.

El Hno. Adolfo Alfredo, llegó a La Habana el 1º de febrero, hospedándose inicialmente en el Hotel Florida, entre las calles Obispo y Cuba (actual Floridita) e inmediatamente comenzó a buscar cómo construir sobre roca firme la obra lasallista en Cuba. Las dificultades aumentaban cada día y se hacía cada vez más cercano el regreso a Francia, con las manos vacías. Providencialmente días antes de partir, se encontró con el obispo de La Habana, Mons. Estrada González que le invitó a alojarse en el Palacio Episcopal en los siguientes términos:

     - “No, mi buen Hermano, usted no puede marcharse sin dejar establecidas las fundaciones que le han encargado sus superiores. Usted vendrá a vivir aquí, que es su casa, y mi mesa será la suya, será mi huésped, mi invitado sin coste alguno. Es mi deseo que usted no se marche sin dejar instalada en mi Diócesis su congregación.”

Con la ayuda del Sr. Obispo, pronto se tejió una red de relaciones con un grupo de colaboradores entre los cuales se encontraba el P. Vicente Leza, S.J, Rector del Colegio de Belén, que ofreció algunas habitaciones del vetusto edificio que habitaban en La Habana Vieja; al Sr. Francisco Penichet, Presidente de las Conferencias de San Vicente de Paúl; y a un grupo de Antiguos Alumnos del Colegio Condal y del Colegio Bonanova de Barcelona, donde el Hno. Adolfo Alfredo había sido Director.   El deseo del Hno. Adolfo Alfredo era poder abrir una escuela gratuita solamente, pero regresaba con dos escuelas disponibles en La Habana: una, gratuita, al amparo de los Jesuitas; la otra, bajo la tutela de los P. Dominicos del Vedado.

Una vista de La Habana. 

El 31 de marzo se firmaba el contrato de alquiler de una casa en Línea, # 60 esquina a D, perteneciente al Sr. Guillermo García Tuñón. Monseñor González y Estrada pagaría el alquiler de esta casa durante los cuatro años del alquiler: 170 pesos oro español, además de regalar otros dos mil pesos oro español para los gastos de adaptación y mobiliario.

Mientras tanto se escogieron once Hermanos de los que se ofrecieron cómo voluntarios. Siete de ellos provenían de aquel primer grupo llegado el 1º de marzo a Canadá: HH.  René Gustavo, Reginald Césareo, Quadrat León, Sulpicio, René Edmundo, Hioram Juan y Nymphas Victorin.  Los otros cuatro eran: Melian Sergio, Martín Adrias, Marutas Arsenio todos francocanadienses y Rogaciano anglocanadiense. Algunos más habrían de llegar directamente de Francia.

El 10 de junio salían desde el puerto del Havre en el buque “La Bretagne” rumbo a New York: los HH. Hadelin Marie, Henri Joseph, Gemel, Joseph Cassien, franceses y el canadiense Hermano Rogatian. El Hno. Josph Cassien, aunque francés de nacimiento, conocía a la perfección el español, tras 28 años de trabajo apostólico en España, donde había sido iniciador de la obra lasallista en Madrid. Tenía trato con algunos exalumnos radicados en Cuba, por lo cual su presencia era verdaderamente inestimable. Tras ser despedidos por el Superior General. A su llegada le recibieron los HH. Imier de Jesús, futuro Superior General, Adolfo Alfredo y otros Hermanos. 

El 19 de junio del mismo año el Hno. Imier de Jesús está otra vez en los muelles junto al Hudson y le acompañan el Hno. Adolfo Alfredo y el Hno. Gemel, Visitador del Canadá. Están esperando el barco que trae a los cuatro Hermanos que habían embarcado en el Havre, nueve días antes.

En la noche del 19 de junio, tras desembarcar en New York, partieron para Montreal, Canadá, donde formaron el grupo de los Hermanos que vendrían a Cuba. En las riberas del río San Lorenzo, en Longueil se constituyó una especial academia de la lengua española, bajo la dirección de los HH. Hadelin Marie y José Casiano.

Según Manuel R. de Bustamante, “La misma noche, acompañados del Visitador del Canadá, los viajeros se dirigen al colegio de Longueil, “Deliciosa ciudad - escribirá años después uno de ellos -a orillas del majestuoso San Lorenzo que la separa de Montreal”, para integrarse en la comunidad que se ha formado dentro de la comunidad del plantel, la cual es una como academia literaria, en la que están recibiendo un intensivo curso de español y familiarizándose con la Geografía y la Historia de Cuba, nación que va a ser su campo de acción, y admirando las hazañas de sus grandes en la guerra emancipadora, y enamorados de lo que le dicen del clima y vegetación ya aman a su nueva tierra de adopción. No van a adaptarse al pueblo cubano, porque ya se han adaptado, ya se sienten cubanos, por eso allí en Longueil les llaman “los Hermanos Cubanos”

   

sábado, 8 de noviembre de 2014

Hermano Victorino: exilio en Canadá.

El exilio es una realidad terrible difícil de expresar en su realidad semántica, sólo quien le ha vivido sabe el significado profundo de su realidad. Siempre es terrible tomar esta decisión, pero hay cientos de causas para tomar esta opción. El destierro del Hno. Nymphas Victorin en 1904 fue motivado por la preservación de su vocación como hemos visto.

Quien toma el camino del exilio, no tiene mucho tiempo para despedidas. Si cabe una es para decir adió al padre y a la madre.   En 1963, el Hno. Victorino recordaba a grandes rasgos aquellos momentos, no menciona al padre, pero si la despedida de su madre.  “Mi hermano y yo éramos menores; él de 16 y yo de 19. Aunque consciente del sacrificio que hacía, nuestra madre nos animó a seguir la vocación despidiéndonos con lágrimas, pero fuerte el corazón… Pudimos volverla a ver solo una vez 26 años más tarde, muriendo ella al poco tiempo” (Morales, p. 257).

No será el único Hermano Lasallista que solicite abandonar Francia. El exilio de tantos Hermanos  suponía un gran reto para los Superiores. Fuera de Francia el Instituto contaba con una discreta presencia en algunas naciones, y ahora, se necesitaban muchas fundaciones.   Desde mediados del siglo XIX, las peticiones de fundaciones en distintos países se amontonaban en alguna gaveta de los archivos de la Casa General en París. Había que gestionar rápidamente las posibles fundaciones, enviar Hermanos que lograsen abrir escuelas gratuitas en aquellas latitudes y esto, lo más pronto posible.

En Canadá, el Hno.  Asistente Réticius y el Visitador Bernard Louis habían organizado el exilio del Distrito de Besancon, por lo cual 221 Hermanos atravesaran el océano en busca de nuevas comunidades lasallistas. “El primer contingente, que embarcó en el Havre el 20 de febrero de 1904, estaba formado por novicios o Hermanos jóvenes, guiados por sus formadores, los Hermanos Régis-François, Ribert-de-Jésus, Rembert y Renobert-Jules” (Rigault, T. X, p. 49). Tras nueve días de travesía, para los 70 Lasalianos que formaban este primer grupo, el barco “Champagne” hizo escala en New York.  Desembarcaron y en la noche, tomaron el tren para Montreal, adonde llegaron el 1º de marzo de una violenta tormenta de nieve.

Barco La Champagne. 

El Hno. Nymphas Victorin será enviado al Escolasticado de Montreal inicialmente, él recordara sus primeros intentos lasallistas en Canadá: “Pasé los mese finales del Curso en el Escolasticado de Montreal, repasando las matemáticas a algunos estudiantes. En agosto me destinaron a la Academia Comercial de Quebec para hacerme cargo de un Primer Año de Comercio, que llamaban “clase especial”.

Efectivamente, la clase era especial. Se componía de 17 alumnos, algunos mentalmente atrasados, y varios “cabezas fuertes”, todos de 15 a 19 años… Yo era apenas mayor que ellos pues solo tenía 19 años. Tuve dificultades para dominarlos, pero a fuerza de paciencia llegué al final del curso 1905 sin graves incidentes. Allí probé por primera vez las bajas temperaturas invernales de aquellas regiones” (Morales, p. 27 – 28)


Se necesita siempre valor para asumir el exilio.   
Manuel Bonet