miércoles, 21 de enero de 2015

Hermano Victorino en el colegio de Güines

En nuestra última entrada sobre el Hermano Victorino le habíamos dejado como profesor en el Colegio Lasallista del Vedado. 

Hay que levantarse temprano, al toque de la primera campana y disponerse a realizar los diferentes ejercicios de comunidad. La oración de la mañana, con los puntos para la meditación basada en el evangelio o en las Meditaciones del Fundador dan la pauta para empezar el día.  Día tras día, la reflexión, el catecismo, las clases que se han de preparar con esmero y dedicación, la preparación del Hermano en las materias que ha de impartir. gobernar aquellos giros lingüísticos propios del castellano, aprender a conjugar verbos tan enrevesados como el ser y el estar. Aprender el fue, está, estoy....  Descifrar los gestos y expresiones de cada niño que parece que el español ha sido inventado solo por ellos. Lástima que no conoció el título Los tres tristes tigres de Guillermo Cabrera Infante, seguro que se hubiera leído con tantas palabras y gracejos que se dan en Cuba. 


Probablemente el desgaste de los primeros años en Cuba, aquellas jornadas primeras que generan una actitud de observación constante, una mirada atenta a señales y gestos que se originan en el pequeño auditorio, hicieron que para el curso escolar de 1906 - 1907 el Hermano Victorino se encontrara tan enfermo que los Hermanos propusieran trasladarle al Colegio San Julián de Güines. 

El Colegio San Julián había sido fundado tras los muchos ruegos de Mons. Gonzalez Estrada para dar educación cristiana a los niños de este poblado. El 8 de octubre de 1907 salía del colegio del Vedado la nueva comunidad, siendo su Director el Hno. Juan, le acompañaban en esta obra los HH. Clemente José, Gustavo y Sergio. El 15 de este mes, fiesta de Santa Teresa abría las puertas el colegio.

El clima de Güines al parecer le asentó y pronto mejoró. Continuó dando clases en aquel colegio chiquito hasta que en septiembre de 1911 regresó al Colegio De La Salle del Vedado para impartir la clase del 2o año del Curso Comercial que se había iniciado ese año. Pero antes, en el verano, le habían enviado a New York para perfeccionar su inglés.  

Manuel Bonet

lunes, 5 de enero de 2015

María Antonia, tú cruzarás los mares...

A las claretianas las conocí en 2005 probablemente, en su casa de formación en La Habana, trabajamos en la pastoral en Cuba y nos apoyábamos, a través de ellas conocí a Madre Antonia París i Riera. 


Nació: 28 de junio de 1813
Murió el 17 de enero de 1885.

S. Juan Pablo II la declaró venerable el 23 de diciembre de 1993.


Cuando los franceses invadieron Cataluña, mi madre, Teresa Riera huyó a tierras de Vallmoll. Me llevaba en su vientre y en sus brazos a mi hermana Teresa, de tres años de edad. Mi padre, Francisco París había fallecido hacia dos meses escasos.  En medio de tanta desolación, el Señor salió a mi encuentro.

Me bautizaron el 29 de junio, un día después de mi nacimiento. Era la fiesta de San Pedro y San Pablo,  a ellos debo mi deseo de ser iglesia, de hacer iglesia. Me habría gustado cantarles:  “San Pedro y San Pablo, unidos/ por un martirio de amor, /en la fe comprometidos, /llevadnos hasta el Señor”; pero en mi pequeñez todavía no era la hora de las poesías.

En una misión franciscana del monasterio de Escornalbou en Tarragona, escuche dentró de mi, la invitación del Señor a seguirle.  Tendría entonces catorce años y me esperaría aún catorce años más para poder responder a aquella llamada. Eran malos tiempos para pensar en la vida religiosa, pues las leyes prohibían la apertura de los noviciados.

Finalmente en 1841 ingresé como interna en la comunidad de la Orden de la Compañía de María Nuestra Señora de Tarragona.  Durante diez años me dediqué a la enseñanza de la encajería, asimilando en mi vida el espíritu de Juana de Lestonnac, nuestra fundadora.  Sin embargo, el primer año de vida religiosa, Jesús se manifestó ante mí invitándome a  fundar una Orden nueva.  Aquel encuentro me dejo algo desconcertada pues apenas podía profesar como religiosa y el Señor me quería como fundadora.

S. Antonio María Claret

En 1850 tras la visita de la Reina a nuestro convento de Tarragona, se nos permitió como excepción especial el poder iniciar nuestro noviciado.  Mientras mis compañeras se entusiasmaban en la preparación de los hábitos que usarían, yo vivía la angustia de no saber si el Señor me quería en aquella casa religiosa.  Animada por mis directores espirituales, ingresé al noviciado y tomé el nombre de sor Ma. Antonia de San Pedro.

Algún tiempo después deje el noviciado y pude encontrarme con el P. Antonio María Claret, a quien pronto nombraron arzobispo de Santiago de Cuba. Mientras tanto, en Tarragona coincidimos algunas mujeres que hacíamos vida en común, orábamos y compartíamos lo poco que ganábamos.

Claret nos invitó a fundar en su arquidiócesis y el 15 de agosto de 1851 hicimos voto de no separarnos, cruzar el océano si era la voluntad de Dios y obedecer en todo a nuestros superiores.

Nos embarcamos para Cuba el 22 de febrero de 1852, el mar era nuestro claustro pues ni hábito portábamos. En Santiago de Cuba abrimos nuestro colegio para niñas blancas y negras, pero hasta en aquel gesto tan simple fuimos cuestionadas, pues las leyes que regían en aquella tierra no permitían que ambas razas coexistieran.  Las fiebres acosaban a la joven comunidad y a los tres meses de nuestra llegada, falleció la hermana Florentina.

Sobre su cimiente surgió nuestra pequeña comunidad religiosa.  El 25 de agosto de 1855 por mediación de Mons. Claret escribimos a S. S. Pío IX para pedirle nos bendijera y su aprobación. Firmábamos con el nombre de Instituto Apostólico de la Inmaculada Concepción de María, aunque el pueblo nos llamaba “las monjas de la enseñanza”.

Habitación de Madre Antonia en Reus. 

En nuestra casa de Santiago de Cuba, acogimos como medio de reforma a las niñas que serían las futuras mujeres. Buscamos que entre nuestras aulas y los hogares de las niñas, hubiese una estrecha relación,  y que lo aprendido en la escuela fuera eficaz en el hogar pues “se enseñará a las jóvenes a trabajar toda clase de labores, a leer y escribir, cuentas y gramática y todo aquello que requiere la buena educación de una doncella que ha de llevar adelante su  familia".

En 1859, Mons. Claret que había vuelto a España como confesor de la Reina Isabel II, me pide que vuelva a mi tierra y funde una nueva comunidad según el estilo iniciado en Santiago de  Cuba.  Nuestra segunda casa fue fundada en Tremp, en la diócesis de Seo de Urgel.

Aquellas notas mías sobre la Reforma de la Iglesia fueron presentadas al Santo Padre, Pío IX, con las firmas del P. Curríus, de Mons. Claret y Mons. Caixal. El Santo Padre las desestimo, y yo le resté toda importancia a esos borrones míos. Si Roma decía que no eran viables para la reforma de la iglesia, porque yo me iba a obstinar en que así fuera.

En 1867 pude fundar una nueva comunidad en Reus, ahora con el nombre de María Inmaculada de la Enseñanza.  A esta le siguieron las fundaciones de Carcaixent que en 1936 nos daría la primer religiosa mártir, Vélez – Rubio, Baracoa en Cuba.  De Reus me llamaron las autoridades para que devolviera la paz al convento, al colegio y a la ciudad que estaba toda escandalizada con dos religiosas que se habían salido del instituto.  Resuelto todo y vuelta la paz, quien se sumió en la más terrible noche oscura fue mi alma.  Un período largo y desesperante, en que mi alma se sentía abandonada por Dios.  

Sepulcro de M. Antonia Paría en el convento de Reus.


Confiando en la misericordia de Dios, con las manos vacías, esperaba que llegase para mi el tiempo de Dios. Cuando menos lo esperaba, Aquel que es luz de luz vino a alumbrar toda oscuridad para mí el 17 de enero de 1885.  
Manuel Bonet

lunes, 29 de diciembre de 2014

Misionero, obispo y santo mexicano

Recuerdo la placa en el templo de la Merced en La Habana que recuerda la presencia misionera de San Rafael Guízar y Valencia en nuestra patria, creo que su palabra y sus ojos azules recorrieron desde las parroquias habaneras hasta las sabanas camagueyanas.

San Rafael Guízar y Valencia

Su rostro nos bendice desde las ventanas de San Pedro

Nació el 26 de abril de 1878 en Cotija, Michoacán
Falleció el 6 de junio de 1938 en Jalapa, Veracruz
Beatificado por Juan Pablo II, en Roma, el 29 de enero de 1995
Canonizado por Benedicto XVI  en Roma el 15 de octubre de 2006

Lugar de culto y devoción: Catedral de Xalapa, Veracruz.  


 ¿Quién es San Rafael Guízar y Valencia?


Soy de Cotija, tierra de santos y mi nombre es Rafael. Soy el séptimo hijo de Don Prudencio Guízar González y Doña Natividad Valencia. En casa se tocaba la guitarra, el acordeón, el piano, la viola y el violín y entre la chiquillería que llegamos a ser, pues fuimos once hermanos y hermanas,  armábamos nuestras propias fiestas nada más ver que mi padre agarraba la guitarra entre sus manos.  

Después de la muerte de mi querida madre, mi padre dispuso que se nos diera una buena educación. Así del salón de la escuela parroquial pase al colegio de San Estanislao, en este quiso el Señor que me animara a seguirle en el sacerdocio por lo cual, en 1891 ingresé en el Seminario Auxiliar de Cotija y en 1896, al Seminario Mayor de Zamora. Finalmente mis manos fueron consagradas el 1º de junio de 1901 en la Catedral de Zamora, aquel día al ser ungidas mis manos pude decirle a Aquel que me llamó desde siempre: “Aquí estoy Señor, toma mi vida, sacerdote para siempre quiero ser”.

Pertenencias de Mons. Guízar y Valencia

Desde mi ordenación sacerdotal, me dediqué a las misiones. Las tierras de Zamora, Michoacán, Colima y Guerrero se convirtieron en una extensa zona de apostolado concreto para mí. Consciente de mi pequeñez y que trabajaba para un Señor que a quien tiene cinco talentos se los puede multiplicar o quitar, disfrutaba en compartir con mi pueblo el nombre de Jesús bajo las especias de pan y vino, y de enseñarles a querer a su Madre, María Santísima de Guadalupe, mi madre.

Con la llegada de la revolución y la persecución religiosa en mi México querido, tuve que ocultarme pues se perseguía a los padrecitos. Me tizné un poco la cara y salía por las veredas  o las calles empedradas a vender baratijas o medicina homeopática y así podía acercarme a los enfermos, para consolarlos, administrarles los sacramentos y asistir a los moribundos. ¿Quién iba a dudar de un médico que vendía un aceite de olivo con olor a perfume y ungía a los enfermos en los pies, manos, ojos, lengua y nariz? Bien conocía mi papel de doctor de cuerpo y almas.

Aunque en alguna ocasión estuvieron a punto de fusilarme, y hasta cuentan que a un pobre europeo con quien me confundieron, fue fusilado pensando que era yo. Ante estas situaciones y siendo desterrado por las autoridades  gubernamentales seguí mi labor misionera en otras tierras. Primero trabaje en Estados Unidos de América, entre mis compatriotas exiliados, luego en Guatemala y finalmente, Cuba. En La Habana con el permiso del arzobispo Manuel Arteaga establecí mi residencia, alojándome en la Iglesia de la Merced, visitando las casas de los obreros portuarios y pescadores, entre negros,  mulatos y criollos predicaba el evangelio y allí recibí la noticia de mi nombramiento como Obispo de Veracruz.

Regresé al año siguiente a mi diócesis de Veracruz. Se dice que el obispo se desposa con su diócesis y a ella le ha de permanecer fiel toda su vida. Pues desde que llegué nuevamente a México me dediqué a conocer y auxiliar a mi querida esposa, la Iglesia de Veracruz y entre tanta necesidad de Dios que encontré, que me llevé la hermana muerte antes de renunciar a mi Veracruz.

Al llegar el barco que me trasladaba a mi tierra natal, llegan noticias de un terrible terremoto que me ha destrozado media diócesis. Recorrí toda la zona afectada repartiendo lo poco que me quedaba en los bolsillos y las ayudas generosas que me ofrecían. Junto a los destrozos, descubrí otra necesidad más grande y duradera. Tenía 64 parroquias  con 300 capillas y sólo 60 sacerdotes. ¿Qué hacer? ¿Cómo resolver aquella situación de escasez sacerdotal?

El seminario, todo comenzó por el seminario. Recuperé el viejo seminario de Xalapa incautado por el gobierno desde 1921, me lo volvió a quitar el gobierno. Trasladé el seminario ahora clandestino, a la Ciudad de México donde permaneció durante quince años en medio de dificultades y persecuciones. En casas particulares, trabajando en la ciudad y estudiando a la vez, se pudo conservar mi seminario porque “a un obispo le puede faltar la mitra, el báculo o la catedral, pero lo que no le puede faltar es el Seminario”. Buen semillero sacerdotal era este, pues quien llegaba buscando riquezas y sus propias ambiciones, solo recogía sus cosas y se volvía a su casa. ¡Bendita persecución que nos dio tan buenos sacerdotes!

Sus reliquias el día de la canonización. 


La persecución religiosa no disminuyó en México ni un poco mientras fui obispo. De los diecinueve años que fui obispo, nueve fui un obispo perseguido. Me mataron algún sacerdote a quien conocía y consideraba un ángel, tuve que mandar cerrar los templos. El gobernador dio orden de asesinarme, y al palacio de gobernación me dirigí y con la confianza puesta en quien me había llamado a ser sacerdote y pastor de Veracruz me le presente, para que llevara a cabo su orden.

Si el grano de trigo no muere, no da fruto y para la navidad de 1937 mi trigo ya estaba listo para la siega. Todavía pude seguir misionando de pueblo en pueblo, hasta que el 6 de junio de 1938 me dormí en mi Señor.      
Manuel Bonet

sábado, 20 de diciembre de 2014

Hermano Victorino: Algunas confesiones

El Hermano Victorino era muy parco o sobrio para hablar de él, de su vida, algunas confesiones suyas ya anciano permiten trazar un boceto de su vida y obra. Probablemente la raíz de este silencio sobre sí, se la debamos a la Regla Lasallista que mencionaba la ausencia de comentarios sobre los religiosos  (Cfr. RC. 6,7)  La mayoría le recuerda como el líder de la juventud cubana en la primera mitad del siglo XX, pero muy pocos le evocan como el maestro lasallista que se entregó a nuestra juventud por más de cincuenta años sin interrupción. 


 “Llegamos a La Habana el 10 de septiembre de 1905…Tres días antes había cumplido 20 años. Y heme aquí con todas las ilusiones de los 20 años, un panorama y un campo nuevo, desconocido”, así se expresaba el Hermano Victorino muchos años después, sobre el inicio de la obra lasallista en Cuba (Cfr. Morales, p. 30).

El realismo del Hermano Victorino es sorprendente, los religiosos de aquellos años sabían que no había un retorno a su tierra natal. Cuba sería su nuevo hogar. Un hogar que se abría a la experiencia de la libertad y que lentamente empezaba a construir su futuro. Aún cuando estaban preparados para asumir la nueva realidad, muy probablemente les embargaría la nostalgia por el terruño, sin embargo  como él mismo llegó a contar:  “A la pobreza y a las incomodidades del comienzo, todos pusimos cara risueña”. “Con solo unos rudimentos de español, nuestros comienzos fueron duros, y poco a poco el Colegio fue adquiriendo fama” (Cfr. Morales, p. 32)

Colegio La Salle del Vedado. 


 Tenían pocas herramientas para empezar y llevar a buen fin la obra comenzada, pero, lo lograron. En poco tiempo las obras escolares se multiplicaron en esta primera década, extendiéndose hacia el resto del país: el Orfanatorio – Escuela San Vicente de Paúl  en Guantánamo (1906), el Colegio “La Natividad” en Sancti Spíritus y el Colegio San Julián en Güines  (1907) y finalmente, el Colegio “Nuestra Señora de la Caridad” (1908).

El desgaste ocasionado en los primeros meses, unido al cambio de clima, de costumbres y de alimentación generó en el Hno. Victorino “un delicado estado de salud”, según Morales (Cfr. p. 32), por lo cual  fue trasladado al recién abierto Colegio San Julián en Güines. 
Manuel Bonet

miércoles, 26 de noviembre de 2014

Hermano Victorino: primeras escuelas lasallistas en Cuba

El 14 de septiembre de 1905, abrían sus puertas los dos colegios lasallistas: 

Escuela del Niño de Belén. Dos salones junto al Colegio de Belén dirigido por los Padres Jesuitas. La escuela gratuita será independiente de la obra jesuita aunque será costeada por ellos. La comunidad estaba formada por los Hermanos: Hadelin Marie, Director; M. Adrias; Sulpicio, Enrique José y Alfonso. Asistían a misa en la Iglesia de Belén. Los Hermanos vivirían en una casa alquilada en la calle Luz, próxima a la escuela.

Colegio de Idiomas y Comercio “San Juan Bautista de La Salle”. Abrirá con 4 clases y el H. Adolfo Alfredo será su primer Director. Cada clase tendrá su Hermano titular: Victorino, René Gustavo, Hioram Jean, Arsenio, Sergio y René Edmundo, mientras el resto serían profesores de especialidades: H. León, Ciencias Naturales; H. Rogatian, inglés; y el H. José Casiano enseñaba el catecismo de clase en clase, haciendo cuentos a los chiquitos. Asistían a misa en la Iglesia Parroquial de los PP. Dominicos.

Uno de aquellos primeros alumnos De La Salle del Vedado escribirá después:

Nunca antes en ningún colegio, habían visto los ya expertos aquellos cristales, por ejemplo, que interrumpían la continuidad de los muros, detrás del elevado buró del maestro, y que nos dejaban ver, al otro lado, la espalda del profesor de la clase contigua. Nunca antes habíamos visto por aquellas latitudes Curas como aquellos vestidos con negras sotanas, tan rectas, ni que usaran cuellos tan blancos, a modo de baberos. Nunca antes se había hecho vestir a los alumnos con aquellas batas o delantales azules que a nosotros nos pusieron. Nunca antes colegial alguno en Cuba había escuchado el apremiante “!Tic, tic!” de aquellos curiosos palitos (la señal) que usaban los Hermanos…

Luego había el acento francés que a muchos de nosotros no hacía gracia con que hablaban el castellano la mayoría de aquellos Hermanos. Entre los diez que comenzaron a laborar en el Vedado, uno tan solo hablaba nuestro idioma a perfección: era un individuo gordo y colorado, de ojos pequeños y dulces, y bondadosa sonrisa. Después supimos que se llamaba el Hermano Casiano, nombre poco vulgar, que al principio nos causó risa con tanta frecuencia…

Además de ese Hermano gordo, había uno flaco y alto que no hablaba apenas el castellano. Aunque estaba con los mayores, pronto supimos todos que era canadiense y que se llamaba Rogatian, siendo su especialidad el Inglés, las Matemáticas, la Contabilidad y los Deportes pues jugaba muy bien el Base – Ball. Estaba, por supuesto el H. Adolfo Alfredo: ese también hablaba muy bien el español, y parecía un diplomático, tanto por su aire atildado y distinguido como por su exquisito trato. Este pasó en seguida al puesto de Visitador, y lo vimos después muy de tarde en tarde. El resto de los Hermanos nos parecieron un montón de jovencitos; especialmente dos de ellos que reunían a los pocos años una baja estatura. Eran el H. Cesáreo y el H. Sergio, y la vida nos ha demostrado después que eran grandes.


Los demás Hermanos que fuimos conociendo no eran ni flacos ni gordos, ni bajos ni altos. Estaba el H. León; que más tarde se distinguiría como Sabio Botánico, cuya fama recorre el mundo; el H. Victorino, piadoso y genial fundador, años después, de la Juventud Católica; el H. Edmundo, autor de muchos de los planos del actual edificio del Colegio de la calle 13; el H. Juan, recto y enérgico; el H. Arsenio, cuya profunda voz amedrentaba a los pequeños hasta que no lo conocían bien, como pasaba también con el H. Gustavo, tal vez el menos joven del grupo, quien enseñaba dibujo a perfección, y exclamaba como un trueno: “¡Turrúndela!” y “¡Sapristi!”, entre bravo y risueño, cuando sus alumnos lo provocaban con sus torpezas artísticas o con sus rebeldías criollas”. (Boletín de la Fraternidad de Antiguos Alumnos De La Salle, julio – diciembre de 1951, Año VIII, No. 23 y 24.)

martes, 18 de noviembre de 2014

Hermano Victorino: noticias de Cuba.

En medio de tanta incertidumbre como provocaba la secularización y el exilio, se convoca en el Instituto, un nuevo capítulo general en mayo.  El H. Reticius es nombrado Asistente para París, Canadá y México, por lo cual las obras lasallistas cubanas todavía bajo el gobierno canadiense,  quedan bajo su gobierno. 

Hasta el Canadá, llega el Hno. Adolfo Alfredo. Todos le preguntan sobre Cuba, todos quieren saber más y más detalles de primera mano de la maravillosa isla donde van a trabajar, “la más hermosa tierra que ojos humanos vieron” y él, complaciente les explica, les habla del clima, de las costumbres del país, del fervor patriótico que ha podido observar, del carácter alegre del cubano, de su hablar tal vez demasiado alto, de su agilidad mental, y el rápido poder de captación que se observa en el cubano. Les habla de la gran preocupación del Sr. Presidente de la República, por la enseñanza, y el impulso que estaba dando a las escuelas públicas, y cómo era querido y respetado por todos aunque le temía a la idea de ir a la reelección. Les habla de la hospitalidad recibida, de como el Sr. Obispo ha sido un padre para él, y lo va a ser de todos los Hermanos, pues siente especial simpatía por el Instituto. Les explica detalladamente de todas sus gestiones, de los dos colegios que se abrirán, que gastó todo el dinero que pudo obtener en acondicionar la casa del Vedado, y no le ha quedado nada para acondicionarlos a ellos debidamente. Dormirán en las que fueron caballerizas, sobre paja, y esta perspectiva, lejos de amilanar a aquellos jóvenes entusiastas y abnegados, les pareció un atractivo más... (Cfr. Manuel R. de Bustamante. Los Hermanos “Cubanos”, 3p En: delasallealumni.org/llegadaacuba/LLegadaACuba-LOSHERMANOSCUBANOS.)

A mediados de julio los HH. Adolfo Alfredo y Rogatian, partieron para La Habana, vía New York, para ultimar detalles antes de la llegada del resto de los Hermanos. Se hospedaron en el Arzobispado a petición del prelado. El H. Rogatian comenzó a impartir clases de inglés de forma inmediata el mes de julio en el reabierto Seminario diocesano San Carlos y San Ambrosio.
Manuel Bonet

domingo, 16 de noviembre de 2014

Una mártir de Pozuelo de Alarcón

A las Siervas de María, siempre las he admirado desde aquellas primeras visitas a su capilla de Alcides Pino, en Holguín. Hoy, una de ellas, aunque fuera de paso, fue acogida en La Habana por sus hermanas, tras la revolución mexicana. Ahora, aparece su nombre en medio de estos hombres y mujeres que anunciaron el evangelio en mi Patria. 

Beata Aurelia Arambarri Fuentes.

Nació el 23 de octubre de 1866 en Vitoria, España.
Martirio entre el 6 y el 7 de diciembre de 1936 en Aravaca, España.
Causa: Aurelia y tres compañeras profesas del Instituto de las Siervas de María, Ministras de los Enfermos.
Beatificación: 13 de octubre de 2013 en Tarragona, España, por el Papa Francisco.

Madre Aurelia, la primera arriba. 


 ¡Hola!
Cuando me bautizaron en la pila bautismal de la Parroquia de Nuestra Señora de Vitoria, me llamaron Clementina Francisca. Soy la hija mayor de Juan María  Juana Clementina. Mis padres eran cristianos muy coherentes, así que el mismo día que nací me  llevaron a bautizar. No me pregunten sobre mi infancia y adolescencia, todo fue normal, como normales y ordinarias pueden ser las vidas de las personas que viven cada día en las manos de Dios, sin complicaciones, sin hechos extraordinarios. 

El 23 de octubre de 1886 solicite el ingreso en el Noviciado de las Siervas de María, Ministras de las Enfermas. Me recibió la Madre Soledad Torres Acosta, me escuchó y me dio un abrazo al recibirme como hija suya. Era la fundadora, yo no lo sabía, me pareció una hermana más, santa como ninguna, pero  bajita, bajita eso sí.     
Santa Ma. Soledad Torres Acosta,
fundadora de las Siervas de María. 
Aquella Madre tan querida me dio el Santo Hábito, el 14 de Noviembre de 1886, ese día como era costumbre, me dieron un nombre nueva: Sor Ma. Aurelia. Al terminar el noviciado, emití mis primeros votos como religiosa,  el 18 de diciembre de 1887. Aquel año, se había fundado una casa en San Juan, Puerto Rico. Ante la escasez de personal me enviaron a esta casa aun cuando se exigían cuatro años de profesión para poder ir a alguna de nuestras casas. Quien sabe que verían en mi los superiores para destinarme hasta allá. Desde el inicio me esforcé en dar lo mejor de mí en cada asistencia a domicilio. El enfermo era una extensión de Nuestro Señor crucificado en aquella cama de su casa.   

De Puerto Rico pase a México en 1904. Me nombraban superiora de la casa de Guanajuato. Más tarde fui superiora de las casas de Puebla y Durango. En la casa de Durango (1914)  conocí el exilio, a causa de la Revolución mexicana. Algunas religiosas llegaron a los Estados Unidos, donde la providencia les permitió abrir nuevas casas y otras, nos pudimos detener temporalmente en La Habana, Cuba, hasta que en agosto de 1916 pude regresar a España. Al llegar me nombraron superiora de Mataró hasta 1921, luego la obediencia nuevamente me nombró Hermana Mayor en Alcoy y Barbastro.

En Octubre de 1929, al ser erigida la Provincia de Madrid, me nombraron Consejera Provincial y Superiora de Pozuelo de Alarcón, hasta que en 1934 viéndome imposibilitada por una parálisis progresiva, me trasladaron a la Enfermería de la Casa Madre. Ahora me tocaba a mí, hacerme una con nuestro Divino Enfermo y vivir mi Calvario de cada día.  

Madre Aurelia y sus compañeras mártires, Siervas de María.

Al llegar el verano de 1936, la Superiora General dispuso que las Hermanas ancianas y enfermas de gravedad fuéramos trasladadas a la casa de Pozuelo de Alarcón. Aquella casa fue intervenida por los milicianos que nos obligaron a salir de ella el 21 de noviembre de este año, por lo cual nos vimos obligadas a dejar el hábito religioso.  Imagínense para mí eran cincuenta años de llevarlo, desde que me lo dio nuestra Madre, pero se imponía la prudencia y tuvimos que quitárnoslo. Nos pudimos acoger en casa de la Sra. Beatriz Martín García, Viuda de Llorente.  A pesar de lo que llegábamos a escuchar nunca tuve miedo, al contrario en pleno bombardeo le decía a las Hermanas que me atendían en este domicilio: “Será lo que Dios quiera. El sabe que estamos aquí”.

En aquella casa, estábamos refugiadas sor Agustina (36 años), sor Aurora (86 años), sor Daría (57 años) y yo (70 años). El 1º de enero vimos como sor Agustina tuvo que dejarnos junto a otros refugiados que huyen rumbo a Las Rozas. Caería mártir de Cristo el 5 de diciembre de este año, porque la vieron rezar el rosario.

Nosotras seguimos en aquella casa, bajo el fuego intenso de cañones y bombardeos aéreos, hasta el 6 de diciembre en que se presentaron los milicianos en nuestro refugio. Sor Daría se enfrentó a ellos, al ver los insultos y vejaciones a las que nos sometían al sospechar que éramos religiosas: “Somos, en efecto, religiosas. Pueden hacer lo que quieran de nosotras, pero yo les suplico que a esta familia no les hagan nada, pues, al vernos sin casa y autorizados por el Comité de Pozuelo, nos recibieron en la suya por caridad”.       

Nos condujeron a Aravaca, cerca de la carretera a Madrid, a nosotras nos condujeron a una habitación donde nos dejaron. Al resto como pidió sor Daría le dejaron en libertad como a las 6 de la tarde. Con la llegada de la noche, nos sacaron de la habitación. Bonito espectáculo, aquellos milicianos con sus escopetones escoltándonos, mientras sor Daría y sor Aurora medio me sostenían, porque yo no podía moverme y en la noche del 6 al 7 de diciembre fuimos a gozar nuestra Pascua. Casi las vísperas de nuestra Madre Inmaculada.   
Manuel Bonet

Altar de la beatificación de los mártires del Año de la Fe.
Tarragona, España.